Si entendemos el proceso terapéutico como la búsqueda, construcción y desarrollo del autoapoyo, podemos afirmar que esta crisis global es, entre otras cosas, una gran terapia para nuestra civilización. Dejados a la deriva de un sistema que nos ha idiotizado como sociedad, propiciando que deshabitemos nuestros cuerpos, desenchufándonos de nuestras necesidades y supliéndolas con el pago con tarjeta de crédito, ennegreciendo la cuna de la naturaleza, y animándonos a asumir que nuestro derecho a vivir felices es un capricho, un deseo al que no merecemos aspirar porque sólo puede ser otorgado desde fuera, y bajo no se sabe bien qué condiciones…
En ese punto, sin sostén externo que nos ayude a mantenernos en pie, ¿qué pasaría si sólo nos tuviésemos a nosotrxs? ¿Si no contáramos con nadie más que con otras personas? ¿Si todo se redujera a los lazos sanguíneos, lazos de amor, lazos de voluntad y compasión entre familiares, amistades, seres iguales? ¿Si la única solución a esta maquinaria de producción de mamonxs no fuera más que la vuelta a lo básico? La vuelta a la comunidad.
… familia
Hace justo 50 años que en España surgió un movimiento ajeno a las instituciones oficiales, en el que un grupo de personas decidió establecer por su cuenta los pilares de su futuro. Literalmente. Las familias de Magraners unieron fuerzas para «construirse sus propias casas y tirar para adelante las primeras infraestructuras» del barrio. Fue la primera asociación de vecinos del país. Tal y como cuenta esta noticia, bajo el nombre de «Cabezas de Familia», aquella agrupación que nació en 1962 y en la que sólo había hombres, consiguió espantar la amenaza de derribos en la zona y traer, a cambio, servicios básicos.
Tres décadas después, Cataluña sería de nuevo la primera en alumbrar otro tipo de servicio en comunidad: los bancos del tiempo. Si en «Cabezas de familia» sus miembros eran, al principio, todos hombres, el proyecto «Salud y familia» arrancó exclusivamente de la mano de mujeres. Fue en 1998 cuando se unieron para defender la conciliación personal y laboral, tal y como se detalla en este vídeo, que recoge una conferencia celebrada recientemente en Madrid.
Los bancos del tiempo son espacios de intercambio de servicios, en los que la medida la marca el tiempo: yo ofrezco una hora de clases de inglés, por ejemplo, y luego puedo solicitar una hora de otro servicio (clases de piano, subir la compra, enseñar a cocinar, etc.). El dinero deja de ser la moneda de cambio.
Lo cual me lleva a dos conclusiones bastante saludables:
Primero, sin dinero se pueden hacer cosas. Parece una verdad de perogrullo, pero la cultura de la tarjeta de crédito está muy arraigada en la «sociedad de consumo» que se viene construyendo en las últimas décadas. Hasta el punto de que si nos quitan el dinero, como ahora mismo está ocurriendo, pensamos que no nos quedan salidas. No siempre hemos vivido con dinero, ni necesita estar en medio de todas las transacciones.
Por supuesto, no olvido que vivimos en una dictadura del dinero, que hay gente que lo está pasando muy mal por falta de sustento económico, y que ¡yo necesito dinero para vivir hoy por hoy!. Pero sí cuestiono el lugar preponderante que le otorgamos. Por ejemplo, una librería en Madrid en la que los libros no tienen un precio fijo, y hasta se pueden llevar gratuitamente. Se llama ‘Libros Libres‘, y funciona a base de donaciones y colaboraciones. Cómo ésta, surgen iniciativas que, al estilo de los bancos del tiempo, aparcan el interés económico por otros beneficios.
Segunda conclusión, la solución vuelve a estar en la cercanía. Si las tecnologías han servido para ir alzando muros con los que aislarnos de nuestro entorno, la necesidad nos devuelve ahora a la comunidad próxima. El entorno cercano (en el sentido físico y de vínculo) es, en la crisis actual, uno de los espacios a los que las personas con problemas acuden para buscar soluciones. Es el «aquí y ahora» de la Gestalt, esa consigna que invita a poner atención en lo que hay, lo que se da ante mí, a mi alrededor en este lugar, frente a lo que me gustaría que fuese, lo que no está o se encuentra en otro sitio.
Extrapolado a la producción, florecen cada vez más los huertos ecológicos en espacios urbanos, o bien en campos próximos a las grandes ciudades. El imperio de la distribución (que asfixia económicamente a lxs agricultorxs y ganaderxs, y desatiende las limitaciones de la naturaleza), se empieza a ver tambaleado por un sector del campo que decide distribuir directamente a lxs consumidorxs, y consumidorxs que eligen hacerse cargo de su propio cultivo. Economía, salud, medioambiente… en lo próximo y compartido.
La red
Pero hay un aspecto más que quiero resaltar, y es la vuelta de tuerca que como especie creativa hemos sabido dar al dinero y al «entorno cercano»: la comunidad virtual. Siempre existe en toda familia lxs patitxs fexs, esa persona que se siente desubicada, fuera de lugar, extranjera de su propia casa. Y eso también nos puede ocurrir en un barrio, en el trabajo… En nuestro entorno físico próximo no encontramos un espacio, un propósito en el que queramos volcar nuestra energía. Y la red sí nos puede ayudar a encontrarlo.
Es así como surgen, se difunden y salen adelante proyectos de lo más diverso, que se construyen entre un grupo muy amplio de personas. «El todo es mayor que la suma de las partes», afirma también la Gestalt. Encontramos de esta manera páginas para registrar proyectos que necesiten un apoyo económico, que se consigue a través de la donación/inversión de un amplio número de personas que quieren respaldar dicha iniciativa con pequeñas cantidades de dinero (por ejemplo, las webs goteo.org, y verkami.com), páginas en las que lanzar iniciativas que necesitan el respaldo de miles de firmas para conseguir cambios de los poderes del Estado y poderes fácticos (change.org, que integra a la española actuable).
Y quien dice estas páginas, dice muchas más: aplicaciones de internet para tener información actualizada del tráfico a través de las incidencias que suben otras personas (waze), webs para compartir viajes y ahorrar dinero en coche y combustible (carpooling), páginas para liberar libros por todos los espacios (bookcrossing)…, y así un largo etcétera al que yo he tenido acceso gracias a las redes sociales, a las que, por muy denostadas que estén, yo les reconozco la capacidad de facilitar un flujo de la información más flexible que cuando su gestión quedaba casi exclusivamente en manos de los poderes del Estado, políticos y fácticos.
Internet es un contenedor inmenso de información, muchas veces de mala calidad, pero que nos permite aprender a tocar un tema de Amy Winehouse al piano y la guitarra, y preparar una paella, entre otras cosas. No todo se puede aprender a través de la red, pero internet sí habilita una ventana a una amplia variedad de caminos creativos y artísticos. Y en el descubrimiento y alimentación del placer, la pasión y el disfrute propios, también se construye el autoapoyo.
Así pues, percibo cómo el poder y responsabilidad que otorgábamos a grandes conceptos, organismos y estructuras, empezamos a ubicarlos en espacios que están al alcance de nuestras manos, espacios con los que podemos interaccionar, decidir y modificar. Un poder y una responsabidad compartidas. Micropoderes en las personas, que en comunidad nos otorgan mayor autonomía para decidir nuestro propio futuro. Eso intuyo. Y eso deseo.
[Actualización 21/10/12] Incluyo dos nuevas páginas que me han llegado, y que considero que están relacionadas con la comunidad, la autonomía y responsabilidad compartida: acabaconlacrisis.es y shareable.net (ésta última en inglés).
Entrada publicada originalmente en el blog antiguo
Fotografía: Darkmatter (flickr)
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