La terapia gestalt es un espacio donde se ejercita una actitud de estar en el presente, invitando a la atención a caer en el aquí y ahora, permitiendo que se desprenda de los pensamientos y pase a observarlos desde algo más de distancia. La actitud gestáltica permite tomar conciencia de las exigencias y expectativas (deseables y temibles) puestas en la experiencia, que privan a ésta de su esencia, y la convierten más bien en una no experiencia, una repetición, la visión en diferido de un concepto mental de cómo es la vida, cómo es la otra persona, cómo soy yo.
Así, la terapia gestalt permite ir revisando todo aquello que se interpone entre unx y la experiencia del momento. Y eso que se interpone suelen ser asuntos pendientes de la propia biografía, automatismos construidos a partir de asuntos pendientes y respuestas impuestas por la cultura o el entorno familiar y social, y que se incorporan a la forma de ser de unx sin ponerle conciencia alguna.
Esta experiencia de conciencia que tiene lugar en el espacio de la consulta y que se va desarrollando gracias al vínculo entre terapeuta y paciente, se incorpora poco a poco a los demás ámbitos de la vida, más allá del despacho de la terapia; otros ámbitos como la familia, el trabajo, las amistades, las relaciones sentimentales… y el sexo. Todo ello tiene cabida en la terapia. Asomémonos hoy a este último tema.
Empecemos por los introyectos, las exigencias que nos hemos tragado sin tener ocasión para digerirlas, adaptarlas o rechazarlas. La sexualidad es uno de los campos de los que más referencias disponemos en la cultura actual. Desde la literatura al cine, pasando por la fotografía, nuestra memoria alberga (salvo algunas excepeciones) numerosos episodios sobre cómo tiene que ser la sexualidad propia, cómo ha de vivirse, y cómo debe ser un encuentro sexual con otra persona. No solo ya aspectos sexistas como que el hombre debe de buscar el placer genital y la mujer el placer íntimo (como si lo masculino y femenino no estuviesen, ambos, en todas las personas), sino asunciones aún más básicas: el encuentro sexual debe culminar en orgasmo. Ésta es, sin duda, una de las expectativas más limitantes de dicho intercambio. Es una idea que impone lo que tiene que acabar ocurriendo. Porque, ¿qué pasa con el disfrute de todo el rato compartido? ¿Qué ocurre con el placer de la erotización, de la compañía y presencia en el juego de los cuerpos y la fantasía? ¿Todo se reduce a orgasmo sí, orgasmo no? En esto, el tantra ha ayudado a cuestionar ciertas ideas fijas extendidas, sobre todo, por occidente, pero siguen persistiendo otras.
Bajemos de las ideas, exigencias y expectativas al cuerpo. La conciencia pasa por el despertar a las sensaciones. Suele ser habitual (ocurre bastante a menudo en las películas, del tipo que sean) que el encuentro sexual se acompaña con un gesto de preocupación, con el ceño fruncido, mandíbula tensa, párpados apretados… resultando cómico (o trágico) cómo un espacio de diversión, juego, disfrute y placer acaba siendo gesticulado como si unx estuviese estreñido. ¿Acaso en otro tipo de juegos se concentra tanta tensión en la cara? ¿No seguiremos sosteniendo el pecado del disfrute sexual? Las tensión es una forma de no soltar, contener e intentar controlar. La sexualidad, desgraciadamente, la tenemos tan asociada a conceptos sucios y perversos que nuestra aproximación a la misma es especialmente encorsetada. Y da igual que busquemos atravesar barreras externas, innovando, si dentro seguimos aprisionando la vivencia y expresión de la experiencia.
Recuerdo una charla de Tom Heckel en la que hablaba sobre la espiritualidad, no entendida como una parada de una hora para meditar, sino como algo más cotidiano que traer al encuentro con lxs vecinxs, amistades, familia… y en la que hizo referencia a la sexualidad como un camino magnífico para desarrollar la espiritualidad. La espiritualidad entendida como experiencia en la que ampliar la conciencia de unx (espiritualidad como acto transpersonal, ya lo comentamos en esta entrada), como proceso que permite adquirir un sentido más profundo de unx, y un sentido más profundo de la existencia. En definitiva, por mucho que aún persista la creencia de que la sexualidad es pecaminosa, en realidad no es solo una oportunidad para el disfrute sino que puede ser un espacio de crecimiento personal, ¡como todo en la vida!
¿Disfrutas? Sonríe, por favor
Resulta un ejercicio muy interesante aproximarse al encuentro sexual con el propósito de observar la tensión/relajación de tu rostro. Y si esta propuesta la amplías al resto del cuerpo, estupendo. Pero comenzar con el rostro puede ser un buen inicio. ¿Relajas o tensas? ¿Te mueves entre ambos extremos según realizas más esfuerzo o bien alcanzas más cotas de disfrute? ¿Tu mandíbula descansa o mantienes cerrada la boca? Pudiera ser que te gusten las relaciones sexuales, que las disfrutes y que tu cara sea de franca amargura. Ojo: no se trata de que tengas que cambiar nada. Simplemente pon conciencia en estos aspectos porque si tu rostro está tenso, habla de cierta tensión interna con respecto a la experiencia. Y muchas veces, tratándose del sexo, simplemente es una cuestión de permiso interno para el disfrute.
Una vez hemos repasado el rostro, sigamos ampliando la experiencia sensoral atendiendo ahora al oído. Expulsar sonoridad por la boca es una manera estupenda de ampliar el poder relajador de la respiración. Es como los bostezos: distensan, en parte, porque acostumbramos a hacerlos con sonido. No tiene nada que ver la exhalación de aire con un sonido de vocal claro y voluminoso, que una exhalación sin sonido alguno. Cambia muchísimo la vibración con la que el cuerpo responde a cada uno de estos actos. También es una forma de hacerse presente, ocupar un espacio y un lugar, dar voz al organismo, más allá de lo ridículo que le pueda resultar a la cabeza. La sutileza del control racional hila finamente.
Y otro aspecto a explorar es el de la respiración. La manera más fácil de retirarse de la experiencia del aquí y ahora es conteniendo la respiración: ocurre cuando un pensamiento y emoción nos paraliza, bien porque dibuja una fantasía atemorizante (aunque no siempre) o nos lleva a un episodio del pasado. La respiración fluida ayuda enormemente a la apertura emocional. Quizá por eso suele estar bastante contenida en los encuentros sexuales. ¿Para qué? Para permitirnos el control de nosotrxs mismxs. Es obvio que la relación sexual nos sitúa en un acercamiento de mucha intimidad en el que incluso los cuerpos se unen físicamente, entrando uno en el otro. La desnudez física va pareja con la emocional y mental, con la vulnerabilidad, salvo que la sepamos proteger o bien ocultarla sea la única manera en que nos manejamos en situaciones así. Paulo Coelho afirma que «el arte del sexo es el arte de controlar el descontrol». Más que controlar el descontrol, yo diría confiar en el no control.
Por tanto, la fluidez de la respiración, junto a la gesticulación y tensión del rostro, y a expectativas como el tener que llegar al orgasmo (ojo, una cuestión es el deseo de alcanzar el orgasmo y otro la expectativa de que tenga que ocurrir) son cuestiones que podemos observar en nuestra vida sexual porque, aunque ya la vivamos como una atracción de feria, quizá resulte que nos estamos limitando a una atracción, cuando tenemos a nuestra disposición el resto del parque de atracciones, ¡y sin cambiar de persona!
Todos estos aspectos hablan de la capacidad o no de estar en el momento presente y vivirlo como el encuentro único que es (qué fácil es escribirlo, lo sé). Es el mismo trabajo de conciencia que se practica en la terapia. Sería tentador afirmar que quien acude a terapia disfruta más de su sexualidad. No. No es tanto eso como que en ambos espacios la conciencia de unx, de sus necesidades, limitaciones y deseos juegan un aspecto crucial para poder fluir en el momento. En la terapia se practica la toma de conciencia y se explora la libertad interna. En la cama (como en el resto de espacios de la vida), se disfruta. Bueno, en la cama referido a lo sexual, pero también puede ser en el coche, en la ducha… O sin sexo. Porque muchas veces buscamos en el encuentro sexual lo que en realidad nombraríamos como afecto, cuidado, reconocimiento, diversión, intimidad. Alimentos que no son exclusivos de los encuentros a la horizontal.
Por tanto, la garantía del disfrute y enriquecimiento de la sexualidad y los encuentros sexuales no está en las acrobacias que seamos capaces de hacer, sino en poder estar en contacto con nosotrxs, percibir la libertad interna y permitirnos jugarla y compartirla en la medida en que podamos y queramos.
Respecto a la intimidad, que no sexualidad, inicio un grupo este trimestre en Toledo. Infórmate aquí.
Foto principal de Alejandro Sánchez Marcos
2 Comments
Leave your reply.