Escuchar que mi verdad de la vida puede ser dispar a la de otra persona, la posibilidad de llegar a lugares internos que quedarían inaccesibles si intentásemos alcanzarlos individualmente, la fuerza que otorga el atreverse a construir un nuevo vínculo con autonomía, atreverse a probarlo y aprender de la experiencia, tienen un espacio predilecto en el ámbito terapéutico: el grupo.
Pero ¿para qué un grupo? Bueno, cabe hacerse esta pregunta desde dos puntos de partida: a) quien no ha realizado ningún trabajo terapéutico continuado; b) quien está en terapia individual.
Para las personas del caso a), decir que yo considero que el grupo terapéutico puede ser un buen arranque para el autoconocimiento. Claro, en el grupo una persona está más expuesta a lo que ocurra, a lo que se dé; y lo que se pueda dar depende menos de la figura terapéutica que de lo que el resto de participantes del grupo pongan en el mismo. Así que para aquellas personas que se sienten muy vulnerables, inestables o que están «muy abiertas», con una herida a flor de piel, en un momento doloroso y difícil, puede ser desaconsejable un grupo, aunque también dependerá del grupo en sí, y del clima y naturaleza del mismo.
También es cierto que, cuando se traen asuntos concretos, la terapia individual permite abordarlos dedicándole todo el tiempo de la sesión, mientras que en el grupo ese tiempo es compartido con otras cuestiones que puedan surgir, y es todo el grupo el que elige (consciente o no conscientemente) el tema a trabajar.
Pero dicho eso, el grupo puede ser, de partida, una experiencia muy provechosa para aquellas personas que se reconocen insatisfechas con su vida, pese a lo cual no se sienten desbordadas, ni tienen un asunto urgente que trabajar. Y por supuesto es un estupendo acompañamiento o continuación para aquellxs que ya están o han estado en un proceso terapéutico individual.
Los tres pilares del grupo gestáltico
Un grupo es una experiencia mucho más parecida a la vida real que el espacio de una terapia individual. Porque en el grupo nos vamos a encontrar en un espacio con muchas más personas, «iguales» (en cuanto a que no son una figura de autoridad como lxs terapeutas) con las que probablemente no nos sentiremos en igualdad: habrá a quien admiremos, a quien envidiemos, a quien despreciemos y ninguneemos, de quien sintamos miedo o atracción, o las dos…; y de la misma forma sentiremos que producimos diferentes reacciones ante lxs demás. ¿No ocurre eso mismo en la vida?
El grupo se convierte, así, en un espacio en el que actualizamos las dificultades cotidianas relacionadas con el contacto y con la retirada, pudiendo percatarnos de ellas en el mismo momento en el que están ocurriendo, puesto que se están dando en el grupo. En la medida en la que el material a trabajar ocurre en el «aquí y ahora», se incrementa enormemente la posibilidad de observarlo, descubrir el aspecto que conflictúa y poder aceptarlo como un aspecto que se da en mí, que forma parte de mí.
En este punto, lxs terapeutas pueden sugerir ejercicios, pautas a explorar y jugar para trabajar con lo que ocurre en el grupo, e ir desde el lugar común de nuestra vida hacia otro punto nuevo, y poder incorporar a nuestra vida herramientas, integrar aspectos propios descubiertos en la propuesta, y que nos resulten liberadores. Los trabajos pueden ser individuales (visualizaciones), por parejas o tríadas, subgrupos y todo el grupo.
Es es pilar al que Erving y Miriam Polster se refieren como ‘experimento’, y que, junto al contacto y la conciencia, forman la tríada de la terapia grupal, de la misma manera que en la individual nombramos espontaneidad, responsabilidad y conciencia. Pero, ¿qué decir de esta última? ¿Cómo es su peculiaridad en el grupo gestáltico?
Mejor conducir con tres espejos que con uno solo
Fritz Perls, el creador de la terapia gestalt, apostó en la última etapa de su vida por la terapia grupal. Frente a la tendencia actual, en la que el encuadre individual es el campamento base del proceso de conciencia y reparación, Perls defendía la terapia en grupo porque concluyó que «actuaba de manera más contundente en las resistencias del paciente», según explica Paco Peñarrubia en su libro Terapia gestalt: La vía del vacío fértil (Alianza Editorial, 1998).
El formato elegido por Perls consiste en una sesión terapeuta – paciente, en la que el resto del grupo se convierte en una especie de coro griego, que devuelve a la persona que ha trabajado las resonancias o disonancias que han sentido durante la sesión. De esta forma, quienes exponen su problema reciben numerosas reacciones, y no sólo la de su terapeuta.
Y este aspecto es importante cuando se trata de cuestionar un aspecto que la persona vive de una manera, y lxs demás de otra. Pongámonos en que yo soy un paciente, y mi terapeuta me está cuestionando que siempre estoy en las nubes, que me quejo mucho y nunca concreto ningún proyecto, para así no asumir riesgos. Es tentador que yo piense que se le ha ido la pinza a mi terapeuta y que, por ejemplo, tiene envidia de mis ideas. Pero ¿y si no sólo mi terapeuta me está diciendo que mucho lirili y poco lerele, sino que también varias personas de un grupo en el que estoy lo afirman? Mi juego neurótico se ve más acorralado, y es entonces cuando resulta más fácil que yo mismo me lo empiece a cuestionar.
Esto mismo podríamos aplicarlo a las devoluciones que tienen el sentido de apoyar a la persona en aspectos genuinos que ella misma se cuestiona. En ocasiones, cuando la relación con la autoridad lleva incorporada ciertas interferencias, ayuda que esa apreciación llegue de otra persona «igual» a mí. Y ese ‘igual’ es aplicable a cuestión de sexo, identidad, estado civil, biografías similares… La experiencia propia de haber atravesado un asunto permite poner luz sobre el mismo de forma mucho más potente que quien no la ha tenido. Ése es un poder que todas las personas tenemos en base a nuestra vida, y con la experiencia de cada unx el grupo se enriquece. Es como un rayo de luz que rebota en más y más espejos, permitiendo que los espacios de oscuridad, los puntos muertos a los que no llega la conciencia del grupo, mengüen.
Laboratorio de vida
Todas estas opciones son posibles si el grupo se vivencia como un lugar en el que permitirme explorar lo que no me atrevo sentir, expresar, hacer en la vida; en definitiva, si siento el grupo como espacio de seguridad, una cualidad que deben propiciar terapeuta y todos sus miembros, con unas normas claras (confidencialidad, puntualidad, exclusión de la agresión física, compromiso de presencialidad) y con una implicación real (que no consiste tanto en ser 100% transparente, ¿quién puede?, sino en que, a la par que miedo, haya ganas de trabajar en el grupo).
En conclusión, el espacio grupal es un encuadre enormemente enriquecedor, por lo que animo a todo el mundo a participar en un grupo. Y que decir tiene que yo estoy abriendo un grupo terapéutico en Toledo, así que pongo sobre la mesa mi «conveniencia» en hacer esta recomendación.
Tanto en la formación para ser terapeuta gestáltico (tres años) como en otros tres trabajos grupales distintos de duración prolongada (tres meses, un año y dos años), he podido comprobar los beneficios de compartir el proceso terapéutico y construirlo junto a más personas. He saboreado la autonomía que otorga el no tener la atención exclusiva de lxs terapeutas, y la libertad de saber que en la ecuación grupal hay más factores.
Así que estén donde estén y con quien les genere confianza, búsquense un grupo, un taller, compagínenlo con su terapia individual o encuentren el formato que mejor se adecúe a su situación actual. La vivencia de comunidad también merece un espacio terapéutico.
Foto de flurdy
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