¿Cómo puede ser que una terapia humanista anime, en el espacio de consulta, a sacar la agresividad? ¿Les suena contraproducente? Si nunca se han entendido con esta energía o impulso que todxs llevamos dentro, probablemente sí. Si van sobradxs de agresividad en su día a día, entonces la idea les parecerá anodina.
Desde el pensamiento moral predominante de esfuerzo y santitat, sembrado de choriceo y guerras, nos aseguran (y enseñan desde bien pequeñxs) que la ternura, lo amoroso es bueno, valioso, válido, mientras que la agresividad, el enfado es malo, defectuoso y reprobable. Lo primero es amor, lo segundo es… odio-muerte. Degustar un trozo de tarta de crema de chocolate, bien. Morder una manzana, mal, malo, caca. Claro, luego así salimos como salimos, qué le vamos a hacer.
Creo que es el propio Juanjo Albert en su libro Ternura y agresividad (lo contrastaré en cuanto tenga a mano el libro) el que plantea Fritz Perls plantea en su libro Yo, hambre y agresión el ejemplo que he citado antes: para morder una manzana, necesitamos ejercer una fuerza sobre la superficie de la fruta con el fin de poder engullir un trozo suyo. No lo conseguiríamos con los labios, ni con la lengua, ni siquiera con un leve roce de los dientes, como sí pasa con los plátanos que ya están maduros. Con las manzanas, necesitamos arrancar el trozo con nuestra dentadura, y eso requiere una fuerza propia, que es la de la agresividad.
Así que la agresividad, así como la ternura son impulsos innatos en nosotrxs. La violencia, entre tanto, es la ejecución de una agresión física sobre otra persona. En el espacio terapéutico, la agresividad es tan bienvenida como la ternura, en cuanto a que ambas son una polaridad esencial para el autocuidado y el encuentro con las demás personas. El límite que se suele fijar en los espacios de trabajo es la agresión física: aquí no tolero que me agredas físicamente, de la misma manera que yo me comprometo a no agredirte físicamente; será una línea roja en nuestra relación.
Y cuando hay necesidad de sacar rabia, odio, frustración, impotencia de forma física, se enseñan otros canales que permitan expresar esa energía, sacarla fuera, sin lastimarse, ni poner en riesgo a nadie: son las descargas físicas (golpear cojines, mantas, romper revistas, telas, gritar…).
Uno de los lugares comunes en todo este asunto es que si damos rienda suelta a nuestra energía agresiva, acabaremos volviéndonos en asesinxs. Y en realidad, siempre y cuando nos limitemos a casos en los que no hay una patología clínica, es la contención de la agresividad la que sostiene el resentimiento y odio, es la que alimenta los impulsos violentos. En la medida en que unx puede sacar su agresividad, permite que su vivencia emocional vuelva a fluir, dando espacio a otras emociones que siguen a la espera de salir, y que van detrás de la agresividad no expresada, no canalizada.
Las definiciones que el diccionario de la RAE ofrece respecto a ‘agresividad’ y ‘violencia’ resultan tan confusas que para mí no pueden ser más que reflejo de la fantasía catastrófica señalada en el párrafo anterior y que la mayoría se cree, gracias a la moral del «témete y no explores» que hemos mamado.
Grrr…
Sobre la agresividad como instinto estudió mucho Konrad Lorenz, uno de los padres de la etología y Premio Nobel de Medicina. En su libro Sobre la agresión: el pretendido mal, Lorenz expone sus hallazgos sobre cómo el reino animal y humano se manejan con la agresividad.
Respecto a los primeros, aclara que la violencia dentro de una comunidad de animales resulta poco necesaria, ya que un gesto de rendición puede evitar la muerte, y pone fin a las luchas entre animales: «Nunca hemos observado que el objetivo de la agresión sea el aniquilamiento de los congéneres, aunque una que otra vez se produzca algún accidente desdichado y un cuerno entre por un ojo», explica. Así que, para algunas cosas, sale más a cuenta ser animal que «humanx».
¿Por qué entonces en nuestra especie no ocurre lo mismo? Lorenz apunta una causa cuando se refiere a los utos, una tribu de indios de Estados Unidos y que «padecen de neurosis con mayor frecuencia que ningún otro grupo humano jamás padeció» debido a «una agresividad sin descargar». En esta tribu, la violencia y los asesinatos eran cotidianas, así como los accidentes: «en los utos, la frecuencia de los accidentes automovilísticos es muy superior a la de cualquier otro grupo humano que utilice vehículos automóviles». Es la agresividad contra unx mismx.
Y aquí retomo el lenguaje de la Gestalt: Lorenz está hablando de nuestra gran capacidad para interrumpir el ciclo de necesidades. Cuando nos sentimos insegurxs por una amenaza o agresión, emerge la agresividad como impulso de respuesta. En la medida en que no demos cabida a esa energía (bien porque nos hayan dicho que la agresividad es algo malo, pecado, bien porque el resultado de expresarla pueda generar aún más agresiones y/o violencia), estaremos bloqueando un flujo en el cual empezaremos a acumular más y más energía agresiva. Cuanto más acumulemos, menos nos podremos permitir estar en el momento presente, más condicionadas serán nuestras respuestas y reacciones (condicionadas al bloqueo), y menos libertad tendremos para abrirnos a una nueva experiencia, una respuesta distinta.
¿Se han descubierto alguna vez llevando el enfado de lo laboral a casa, y viceversa? A eso me refiero. Sin embargo, en la medida en que unx puede ir limpiando los asuntos pendientes, descubre que se va liberando de carga, y el mundo irrita menos y menos ganas dan de hacer una matanza.
Obviamente en esto influyen los patrones que hayan servido de modelo. Por imitación o evitación, la forma en que se canalice la agresividad en nuestra familia y entornos de nuestra infancia, será la que utilicemos de referencia. Y si nuestra experiencia fue que la agresividad iba acompañada de violencia, probablemente tengamos asumido que sólo puede ser de esa manera. Cuando no tiene por qué ser así.
El espacio terapéutico es un lugar idóneo para que la persona pueda irse descargando de toda la agresividad acumulada en su historia biográfica (a través de los ejercicios corporales y expresivos más arriba citados, así como de la misma verbalización). Y una vez que la persona vuelve a recuperar el flujo energético (de ternura y agresividad), se siente después más capacitada para expresar su agresividad con un: «oye, esto me enfadó mucho», «me dolió», «me cabrea que me digas»… Y quizá de primeras nos salimos de nuestras casillas con el tono de voz y las palabras, y agredimos verbalmente. De la misma manera que nos sale el enfado y la rabia y podemos transitar estas emociones, eso mismo nos permitirá poder contactar con algo nuevo, cuando no haya carga emocional pendiente: quién sabe si lo que asomará será entonces humildad, aceptación, ternura, vulnerabilidad…
Claudio Naranjo afirma que tal vez la terapia no consiste más que en librarnos de las mentiras. Y para mí una verdad universal es que en nosotrxs hay ternura y hay agresividad. Ambos impulsos están en nuestro interior. Podemos darles uso o utilizarlos contra nosotrxs mismxs. Si aprendemos a legitimarlos, como reconocimiento a nuestra naturaleza y también a la Sabiduría de la naturaleza, podremos comprobar que la agresividad puede ir de la mano con la ternura.
Foto de stevegatto2
Deja un comentario