Dichosx quien se libre de las mudanzas… por un tiempo.
Pocos episodios de la vida “cotidiana” suponen un ejercicio tan contundente de conciencia: abres las puertas del armario, empiezas a sacar ropa, y descubres que, en vez de un armario, tienes una cueva de la que van saliendo Alí Babá y los 40 ladrones, cada uno con sus prendas de inverno, de verano y de entretiempo.
La ropa que desde hace años acumulas es como los asuntos inconclusos: te quedan grandes o pequeños, no te son de utilidad en el momento presente (salvo que te guste el estilo vintage), y hacen bulto en tu vida, dejándote sin espacio para lo nuevo que se presenta cada día.
La mudanza es una actualización de la cantidad de cosas que acumulamos; en ocasiones, las pocas pertenencias que unx lleva consigo. Buena parte de ellas son ventanas hacia épocas pasadas, capítulos cuyos ropajes atesoramos con el temor de que, en caso de soltarlos, se pierdan en el olvido, se conviertan en experiencias no vividas, o épocas de nuestra vida que no merecieran la pena. Como si existiese la posibilidad de estar donde estamos hoy sin haber vivido cada una de las etapas que hemos recorrido en el pasado.
Y sin embargo, deshacerte de cosas que no utilizas, que no tienen un significado para ti, o que son reflejo de etapas pasadas con las que te cuesta cerrar es uno de los mayores placeres de la vida. ¡Es una liberación! ¿Quién dijo tirarlos? Puedes regalarlos, destinarlos a personas que le puedan dar un mejor uso, e incluso reciclarlos, creando con ellos obras de arte u objetos hechos con tus propias manos.
Hay quien aconseja despojarse de todo lo que tenga que ver con relaciones de pareja ya pasadas. Creo que no va tanto por lo material como por lo emocional, con la capacidad para aceptar que lo que fue ya no es, y cerrar ese capítulo. Los frutos de esa vivencia van contigo. Ahora ábrete al invierno, al vacío; solo así dejarás que la primavera regrese a tu vida.
Con d de duelo
Las mudanzas implican duelos: el hogar en el que vivíamos cambia y lo que nos valía para una casa se descubre como un objeto insignificante en la nueva: cuadros que pasan de ser un susurro sugerente a un grito estruendoso, y viceversa; sofás grandes que se quedan pequeños; colchas pesadas que se descubren demasiado desnudas para el nuevo nido.
También se da el proceso contrario. Aquello que te parecía insignificante se descubre como algo completamente distinto bajo la luz que baña el nuevo hogar.
Nada es seguro en una mudanza. Que salga de tu casa antigua no quiere decir que vaya a encontrar espacio en la nueva. Y te despides de lo que ya no puede seguir en tu vida, confiando en que todo tú no se vaya también con ello.
Pretendemos mantener nuestra vida inalterada, olvidando que la vida es un continuo… de momentos cambiantes.
Los duelos también conllevan mudanzas: las personas con las que compartíamos espacios (físicos, emocionales o mentales) ya no están; quedan en el corazón, pero el vacío externo y, sobre todo, la pregunta abierta que plantea la muerte no dejan indiferentes. La sensación de inseguridad y vulnerabilidad te hace replantearte los pilares sobre los que te apoyas, cuáles son las garantías de tu vida, los motivos para vivir; un laberinto que puede deparar en la necesidad de agarrarse a más cosas, o a descubrir que el armario está demasiado lleno de cosas que te hablan sobre la vida, que te recuerdan a la vida, que invitan a fijar proyectos futuribles…, y que no son vida.
Las mudanzas, en definitiva, son ocasiones para retomar el camino hacia el hogar olvidado. El riesgo es lo que pueda quedar en el camino; ésas son las “pérdidas”. La ganancia, volver a rehabitar tu vida.
Las mudanzas son una desdicha dichosa, una invitación al “aquí y ahora” con letras grandes, un punto y aparte en el párrafo único de nuestra existencia.
Y a este blog le llegó la hora de mudarse. La silla de Perls se cambia de casa. Ya tengo hechas las maletas. Me llevo lo esencial. Aquí tienes la invitación a la nueva La silla de Perls. Si quieres venir, sólo me queda darte la bienvenida :-).
Foto destacada: Ladycliff
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