La terapia gestalt apuesta por una vida en la que la experiencia existencialista sea el apoyo de la persona. Es decir, que la toma de conciencia de lo que ocurre a nivel de mente, cuerpo y emoción sea una referencia interna en todo momento, más allá de que luego queramos o no hacer algo con ello.
Lo contrario, es navegar guiándonos con los mapas del «debeísmo» y del «acercadeísmo». El primero se rije por imperativos internos sobre lo que hay que hacer, pensar y sentir en una situación concreta, sin opción a salirse de ese camino. El «acercadeísmo», entre tanto, es la no experiencia del momento presente, suplantándola con la verborrea mental de clichés, explicaciones filosóficas y terapéuticas, y discusiones que se alejan de la vivencia que la persona está teniendo lugar en el aquí y ahora.
Un ejemplo del debeísmo emocional (lo que tienes que sentir) del que fui testigo hace unas semanas: en un espacio público, un padre habla con su hijo pequeño (unos cinco años), y éste le cuenta que ha mentido a un compañero. Yo escucho toda la conversación de espaldas, no los veo. A continuación, el padre pregunta:
– ¿Y a mí me has mentido alguna vez?
– Sí…
– Pues eso me pone triste – afirma el padre, mientras sigue realizando otra tarea.
– Pues yo no te veo triste – responde el hijo.
Me giro, miro al pequeño y le digo «choca esas cinco». No. En realidad, sigo haciendo como que no he escuchado la confrontación que un niño acaba de realizar a su padre.
¡Dio en el clavo! El padre no sonó en ningún momento triste; en todo caso, contrariado, confundido, quizá enfadado. ¿Triste? Para nada. Le faltó completar su debeísmo emocional con un acercadeísmo sobre la tristeza, la mentira y las graves consecuencias que tienen en la vida.
Percatarse innato
Probablemente al padre le sorprendió la capacidad de su hijo para percatarse de que lo que él decía con palabras y lo que expresó con su cuerpo no era lo mismo. Y aunque el padre solo tomara conciencia de esa contradicción una vez le fue señalada, en realidad esa capacidad de percatarse es innata, va con nosotrxs, y en la terapia gestalt se trabaja para rescatarla y desarrollarla: es el darse cuenta.
Si es innata, ¿cómo es que adormecemos este olfato? Lo hacemos para sobrevivir. El sistema patriarcal, desde pequeñxs, nos obliga a renunciar a la conciencia de nuestras emociones y sensaciones para así adaptarnos a la escisión y negación interna de manifestar verbalmente un mensaje cuando nuestro cuerpo sostiene otra verdad distinta a ésa: «hay que dar las gracias siempre», cuando no siempre te apetece dar las gracias; «hay que sonreír en las fotos familiares», y nadie se da cuenta de la tristeza que te desborda profundamente; «a los mayores no se les responde» cuando señalas incongruencias que no comprendes y te enfadan… Sacrificamos nuestra experiencia con tal de salvar el reconocimiento y afecto de fuera.
La educación y las buenas formas se convierten en un debeísmo si no existe un permiso a la libre exploración emocional sobre lo que la persona siente en ese momento. Y ese permiso, de pequeñxs, nos lo otorgan o roban quienes nos crían, cuidan, enseñan… probablemente porque su darse cuenta también les fue arrebatado.
La consecuencia de todo esto es que vamos maniatadxs por la vida: sin la capacidad de percatarnos de las respuestas corporales y emocionales, solo nos queda guiarnos con el debeísmo, un mapa de navegación que reduce la incertidumbre y el vacío; no hay posibilidad de sentirte perdidx porque sabes lo siguiente que debes hacer. Clichés y estereotipos sirven de muletilla. Pero no permiten una vivencia plena y libre de cada momento.
Nudismo experiencial
«Cuando alguien te miente, tienes que ponerte triste». ¿Sí? ¿Quién lo dice? Habrá quien se sienta triste, habrá a quien le dé igual, habrá quien responda con ira…, y dependerá de la situación, la mentira, y si rompe un pacto entre ambas personas.
Despojarse del debeísmo genera una sensación de libertad y al principio también de cierta indefensión, como cuando haces nudismo por primera vez: te sientes más expuestx. No es lo mismo vivir una escena de infidelidad desde el debeísmo, que al desnudo. ¿Hay que montar en cólera? ¿Celos? ¿Rabia? Espera, respira la experiencia, desnúdate, siente. Y ahora expresa. La respuesta cambia por completo, lo he visto con mis ojos en distintos trabajos terapéuticos realizados con teatro.
No hay manera de anticipar la respuesta hasta que el acontecimiento tiene lugar. Y cuando ocurre, queda respirar la experiencia para ver por dónde respondemos. Si no, o te vistes con el debeísmo o confías en que alguien te despierte: «yo no te veo triste».
Fotografía de Chico
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