Sale el sol, despiertan. Se miran, sonríen, sonríen a través de su mirada. Se estiran, se desperezan. Se ponen en marcha.
Marchan al campo. Ritmo ligero, a veces juegan a pillarse, corren hasta cansarse, paran, respiran. Disfrutan. El sol sigue iluminándolos. Le devuelven la mirada. Agradecen su presencia. Sienten su abrazo, el baño de rayos, se calientan, empiezan a sentir una capa de sudor sobre su piel, lo celebran, se miran y siguen su paseo.
Un chorro de agua se oye a lo lejos. Se dirigen en su búqueda. Es una fuente. Beben con calma y con ganas. Por turnos. Se sacian. Corren.
Un cuerpo cae junto al otro sobre la hierba, se huelen, se huelen los distintos olores de su cuerpo, curiosean, investigan, hasta prueban a mordisquearse.
Los olores llevan al roce, piel con piel, se pesan cuerpo con cuerpo, ríen.
Retirada, unx pone límites, de repente es demasiada intimidad. El otro cuerpo se para, respeta, observa la distancia que ahora se abre entre ambos, respira, se tumba sobre la tierra, se expande, espera, saborea lo compartido. Desea más y también respeta los límites. ¿Habrá más? Confía en que sí.
El otro cuerpo regresa, no quiere más, propone emprender el camino de vuelta. Sonríe, todo está bien. Se sonríen. Regresan alegres. Fin.
Variaciones
Ahora juguemos con el texto: ¿en quién o qué pensaste? ¿Perro y perra, perro y perro, perra y perra? Prueba a leer la historia variando a sus protagonistas, hombre y mujer, mujer y mujer, hombre y hombre, y observa si cambian las sensaciones de tu cuerpo.
¿Dónde está el límite que tu mente pone a las caricias?
Ah, las caricias, esa cura que asusta, cuando viene de hombres o de mujeres, o quizás de ambos sexos; ese laberinto de no respetar la necesidad, ya sea en forma de no establecer la retirada o bien de no acudir al anhelado contacto; esa puñetera moral que confunde la ternura sensual con lo sucio. Tanto nos queda por aprender de los animales…
Foto de cod_grabriel
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