Límites. Una palabra con tan poco lustre. Tú y tus límites. Delante de ti, detrás de ti, arriba, abajo, dentro. Por todos lados. Límites y más límites. ¿Te reconoces limitadx? ¿Conoces tus límites? Los límites nos hacen conectar con nuestra finitud, desde el nivel más amplio y existencial, como la caducidad de la vida con la llegada incondicional de la muerte, hasta lo más cotidiano, como la capacidad pulmonar que tenemos, que precisa que respiremos cada tantos segundos (o minutos en el caso de quienes desarrollan la apnea) si queremos mantenernos con vida.
Los límites nos recuerdan que no somos diosxs, son una confrontación a la ambición patriarcal humana que entiende la existencia como una sucesión lineal de conquistas y engrandecimientos, que contempla la Naturaleza como un entorno que está a nuestro servicio, cuales bebés que miran egocéntricamente a su alrededor, como si todo girara entorno a nuestra existencia. Los límites claman que no estamos por encima de la Naturaleza, de sus ciclos de expansión y contracción, de acción y reposo, del dar y el recibir. Que no somos una figura que se pueda desprender de su fondo, ni ser la eterna figura dejando lo demás en el fondo. Que no podemos sobrevolar por encima del contexto en el que vivimos, como si nuestra existencia pudiese desarrollarse al margen del entorno. Los límites nos devuelven a nuestro tamaño real, aterrizan nuestros pies sobre la tierra, reinstaurando, frente al sueño neurótico, lo obvio, el principio de realidad.

Por eso este 2020 mi deseo ha sido que las personas seamos más Greta Thunberg, una joven ecologista que encara la emergencia climática a la que la humanidad entera nos enfrentamos, reclamando medidas reales y efectivas para frenar la extinción de especies y el creciente riesgo de extermino que el sistema capitalista está produciendo, sin que ni los principales gobiernos, ni las grandes corporaciones otorguen a este hecho la menor relevancia.
Como si hubiese un botón de «pausa» o «reinicio» para el desastre climático que estamos creando.
Thunberg, con 17 años cumplidos este 3 de enero de 2020, decidió en agosto de 2018 dejar de asistir a la escuela amparándose en el siguiente razonamiento:
«¿De qué sirve estudiar para el futuro si ese futuro parece que no va a ser?»
Greta Thunberg
Sostener en la conciencia un planteamiento así, requiere de la capacidad de aceptar nuestra fragilidad, la fragilidad de nuestra finitud, de que somos mortales, de nuestra pequeñez. Thunberg puede sostener esta pregunta gracias al contacto que tiene con sus límites, y se convierte así en un emergente de los límites de la población global ante la deriva tan inquietante del sistema capitalista de destrucción masiva en el que estamos inmersxs.
De forma que el contacto sano con los límites tiene dos efectos: nos devuelven a la humildad, entendida esta como el tamaño real de nuestra pequeñez en este Universo, la bajada del Olimpo, el freno a la neurosis patriarcal deífica. Como dije anteriormente, los límites nos ayudan a dejar de estar por las nubes, y pisar la realidad.
El otro efecto del sano contacto con los límites es que nos permiten enfocar la dirección de nuestros actos, siendo una valiosísima guía de cara al siguiente paso a tomar (sobre este aspecto hablaré en una futura entrada del blog). Greta puede poner el grito en el cielo ante el exterminio al que nos enfrentamos porque es consciente de los riesgos que acarrea el modelo capitalista, y emprende acciones para denunciarlo y reclamar un cambio radical, como realizar protestas por distintos lugares del planeta con el objetivo de remover conciencias de quienes lideran los gobiernos y grandes corporaciones, y también en la sociedad, con el fin de aumentar la conciencia global ante esta dramática situación, generar conductas más respetusas hacia el hogar que habitamos y especies con las que compartimos planeta, e incrementar la presión hacia los grandes poderes, para que actúen con responsabilidad.
Sostener el contacto con los límites requiere de coraje y honestidad. El riesgo es que el contacto se transforme en angustia, y desde ahí unx pierda la capacidad de observar con claridad la situación, sin disponer de los propios recursos para valorar la situación, sus demandas y posibles acciones. El otro riesgo es que unx recurra a la negación de esta situación, al no tener capacidad de transitar el contacto con la angustia.
Los límites precisan de tolerancia a la sensación desagradable. Y pocas veces apetece, la verdad. La cuestión es que va en el contrato de la existencia: vivir una vida más plena requiere de la capacidad de acoger lo agradable y lo desagradable.
Claro que, afortunadamente, saltarse los límites tiene sus conescuencias, y es una buena ayuda ante nuestros intentos de cegarnos a los mismos. Frente a la mente patriarcal que establece como objetivo vital el propio beneficio (entendido este desde la neurosis de cada cual), saltarse los límites de forma sostenida acaba generando un quiebre vital, una rotura, una notificación impepinable en forma de desenergetización del organismo vivo (llámese planeta, cuerpo humano…), que nos avisa de que así no podemos seguir. A veces esa notificación llega a tiempo para reparar lo dañado, y a veces, sobre todo si se han obviado muchas notificaciones previas, ya no hay opción para restituirlo.
En esas andamos como civilización en este 2020. Viendo si nos podemos enterar de nuestros límites, para después valorar qué hacemos.
Afortunadamente los límites nos echan un cable. Al fin y al cabo, la consecuencia de saltarnos los límites es el mejor zasca de conciencia con el que podemos despertar de nuestra neurosis patriarcal.
Manuel Vásquez
Terapeuta gestalt, psicólogo y coach wingwave

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