Bien nos iría si nos ciñésemos a lo obvio. La terapia gestalt es también conocida como la terapia de lo obvio. Lo obvio es aquello que percibes a través de los sentidos («que se encuentra o pone delante de los ojos» indica la RAE), incluidos el cinestésico (nos informa de la presión, alcalinidad, tensión y relajación) y el kinestésico (ofrece datos referidos al equilibrio y postura del cuerpo). Es decir, constantemente nos llega información de fuera y dentro de nuestro organismo que, tenida en cuenta, facilitaría enormemente el desarrollo de nuestra potencialidad.
Muchos tipos de meditación trabajan en esta línea: centrarse en la toma de conciencia del proceso de respiración; en la escucha de todos los sonidos que llegan a los oídos; en la percepción de todas las sensaciones internas que tienen lugar en el cuerpo… Son ejercicios que en el enfoque gestáltico reúne el continuo atencional: una narración verbal de todos los acontecimientos de los que se va percatando la persona según toma conciencia de los mismos. Por ejemplo: ahora escucho el sonido de un vehículo que llega desde fuera del balcón, me doy cuenta de que tengo una pierna encima de una silla, me percato de que mi pierna no está relajada así, pienso que mejor voy a cambiarla de posición y me siento apoyando los dos pies en el suelo.
Una vez más, insisto: la toma de conciencia es el primer paso para un cambio transformador, que no nos acabe llevando al mismo lugar, y su importancia suele pasar desapercibida cuando, en realidad, es la base para una actitud, un comportamiento nuevo.
En el ámbito de las terapias cognitivo conductuales también se acude a lo obvio. Uno de los ejercicios más comunes es el autorregistro, un seguimiento que te haces a ti mismx sobre acontecimientos o progresos que tienen lugar en el ámbito de trabajo; es decir, es una propuesta para tomar conciencia de lo obvio, de lo que se da, lo que hay. Los autorregistros son propuestas autorreguladoras muy útiles para casos de actividades compulsivas o sobre las que nos sentimos incapacitadxs para fijar límites (ojo, hablo de situaciones en las que el límite es hacia nosotrxs, no hacia otra persona).
De forma que, pese a las diferencias que mantienen diferentes corrientes terapéuticas, la toma de conciencia de lo que se da, lo que ocurre, lo obvio, sí es un punto en el que se encuentran muchas de ellas.
¿Cómo desarrollar el percatarse?
En la escritura terapéutica y expresiva, es muy habitual el trabajo con el continuo de conciencia. En ocasiones, la propuesta toma forma de «escritura automática», un registro de cualquier pensamiento que venga a la cabeza o sensación sobre la que haya una toma de conciencia. Este ejercicio es libre, de manera que puedes hacerte un viaje por un recuerdo que llama a la mente y narras el desarrollo del mismo. Habitualmente la escritura automática es más inconexa, saltando de un lugar a otro. No hay que buscarle un hilo conductor, ni un enlace entre un párrafo y el siguiente, incluso entre frases, porque el objetivo es poder transmitir con toda la fidelidad posible los movimientos de la mente.
Al ejercicio anterior se le puede dar una segunda vuelta: si llevamos varios días escribiendo durante 5, 10 o 15 minutos de escritura automática, entonces podemos revisar todos los escritos y analizar en qué medida se dan los siguientes contenidos:
– zona interna: sensaciones que llegan del organismo (dolores, tensión, relajación, postura, etc.), emociones.
– zona externa: sonidos, texturas y temperatura, sabores, olores e imágenes.
– zona intermedia: pensamientos, recuerdos, fantasía.
Lo más habitual es que la zona intermedia se lleve el trozo más grande del pastel, lo que nos indica que el foco de atención lo ponemos mucho más en la fantasía que en lo obvio. Es la zona intermedia el foco principal de la neurosis, en combinación con las otras dos: por ejemplo, las personas hipocondriacas priorizan la zona interna (opresión en las tripas) mezclada con la intermedia («me voy a morir»).
Si la intermedia es a la que más atención le dedican los textos de escritura automática, entonces hagamos músculo de las otras dos: se puede ejercitar escribiendo exclusivamente sobre información de la zona externa («ahora escucho…», «ahora veo…», «ahora huelo…»); y en otra ocasión, sobre la zona interna («siento tensión en…», «me siento…», «mi cuerpo está…»).
En la medida en que más conciencia tengamos de las zonas externa e interna, y más habilidad adquiramos para dirigirnos a una y a otra, más estaremos debilitando a los «debeísmos» de los que ya hemos hablado en otras ocasiones. Es decir, seremos personas más espontaneas y genuinas, y menos automáticas y neuróticas.
Un ejemplo
Es, sin duda, uno de los mejores aprendizajes que podemos transmitir a lxs niñxs: propiciar el contacto con la frescura y apertura de sus sentidos externos e internos, y el respeto a su percepción de lo obvio: cuando en una familia cae una mala noticia (enfermedad, situación económica crítica o ruptura sentimental) que en ese núcleo se vive con pesar y tristeza, y se dice a lxs niñxs que «no pasa nada», estamos torpedeando su capacidad de percibir lo obvio. Lxs niñxs concluyen que o bien no se pueden fiar de sí mismxs, o bien no merecen la confianza de la familia y se les oculta algo (la conclusión probablemente tenderá a ser en negativo). Así es como se mermó en nosotrxs nuestra capacidad innata de percatarnos de lo obvio, bien desde la familia o en otro ámbito.
Por tanto, es saludable que lxs niñxs sientan un espacio de no juicio en el que compartir sus sensaciones, percepciones y sentimientos. La experiencia de poder expresar lo propio otorga una gran confianza y fortalece la autoestima. De ahí que muchos juegos en el ámbito de la terapia y la educación emocional infantil apunten en esta dirección (como en el campamento urbano infantil Campamente emocional).
Para lxs demás, para quienes hemos crecido con los sentidos atrofiados, nos queda hacer el camino de vuelta a nuestro organismo.
Fotografía de Milos Milosevic
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