Acaba de finalizar la Semana Santa. Atrás quedan los días en de celebraciones religiosas, vacaciones… Está quien ha descansado, quien no, y quien se ha marchado de vacaciones para no descansar. Pero a la vuelta, llega un punto en el que aparece esa sensación, ese ligero malestar, sutil, con sabor conocido, rancio, que regresa, como la sombra que no se separa ni del mejor velocista de los próximos Juegos Olímpicos. Volvió a aparecer. Ahí está. Es la vieja amiga, y escudo del corazón dañado: la pasión.
Me ha llevado mucho trabajo terapéutico tomar conciencia de ella, de lo arraigada que está en mí. Y por supuesto, es un asunto que suelo trabajar con lxs pacientes. Incluso aceptando que la ‘causa’ consciente de decidir empezar terapia gestalt puede ser variada: desde algún problema o trauma reciente; la carga de algún problema o trauma del pasado más lejano; o ningún problema concreto, simplemente la sensación profunda de insatisfacción e infelicidad en la vida. Pero bajo esa variedad de palabras, circunstancias, gestos, vivencias, conceptos vitales y emociones, hay un denominador común: una pasión.
¿A qué me refiero? Hablo de ese motor emocional que rige la experiencia que tengo de la vida; ese filtro que tamiza cada momento; esa vivencia tensa que me acompaña desde hace tiempo, que a veces deseo abandonar y salir de ella, y en la que, a la vez, me siento tan segurx.
Las máscaras de la pasión
Quizá resulte más sencillo abordarlo con ejemplos: en tu vida te reconoces con más facilidad en algunas emociones que en otras, ¿verdad? Te resulta fácil reír, hacer bromas, tretas y triquiñuelas y sudas la gota gorda cuando te enfadas y tienes que afrontar un conflicto. O quizá, para ti, el enfado y la ira puede ser algo bastante habitual. Sí, dirás que es que este mundo te da asco, es un caos y que lo que deseas es bajarte del tren porque en esa tesitura te ponen. No estamos enfocando las causas; simplemente, la realidad es que pasas buena parte de tu vida en el enojo.
Más ejemplos: puede ocurrir que celebres que la vida es un mundo de oportunidades, y que sólo hay espacio para los regalos que la vida te ha dado, porque tus necesidades siempre estuvieron y estarán cubiertas. De hecho, esa palabra, necesidades… ¿Necesidades? Esa palabra sólo la conoces en las demás personas. Para ti, tu vida es una experiencia de saciedades, y lo vives desde el privilegio. También puede ser que tu pasión sea la frialdad y el desapego hacia un mundo que no merece la pena, donde las personas sólo cuidan de sí mismas. O el miedo ante una jungla demasiado peligrosa en la que necesites sentirte con control de la situación.
Y así, podríamos seguir… porque son variadas las formas de distorsionar la vivencia emocional de la Vida dentro de cada unx de nosotrxs. Todxs experimentamos un poco de cada una de estas pasiones, pero siempre acabamos teniendo debilidad por una en especial. Es la ‘niña bonita’ de nuestro mundo emocional, o quizá, por ser más contemporáneos, es la ‘prima de riesgo’ que tanta energía nos consume.
Éste es el filtro emocional de la pasión, la manera de privarnos la experiencia plena del momento. Todxs lo tenemos, y en un principio fue la manera que encontramos para digerir una realidad que resultaba demasiado dolorosa para nuestra existencia genuina (estoy hablando de una edad muy temprana, los primeros años de vida). La pasión, por tanto, surge como defensa para sobrevivir. Pero viene acompañada de un constructo mental de cómo soy y cómo siento yo, cómo es el mundo y cómo me tengo que relacionar con él, que resulta limitador y nos enferma.
¿Quién me puso esta cruz?, preguntamos todxs cuando pasamos por un proceso terapéutico, y empezamos a tomar conciencia de la pasión. Unx solo, porque sí, no decide cargar con ella, claro. Como digo distintas experiencias y relaciones que emocionalmente vivimos como dolorosas acaban dando forma a este caparazón.
Ahí es cuando un proceso terapéutico puede ayudarnos a reubicar un hábito emocional que nos sirvió en su momento, y ahora resulta frustrante. Porque quien siempre ríe, ha censurado la experiencia de enfadarse. Quien siempre se queja, tiene en sus manos el poder de quedar satisfecho; quien no necesita, puede descubrir su necesidad de pedir; etc. Y en la medida en que una persona se va desintoxicando de su pasión, adquiere mayor libertad y responsabilidad para decidir en su vida.
¡La pasión me persigue!
Así que, si tan negativa es la pasión, ¿por qué seguimos adheridxs a ella? Incluso cuando por nuestra boca y pensamiento sólo salen palabras para desear «que esto se acabe ya», en alguna parte interna queremos seguir con el mismo vía crucis, nos hemos vuelto adictxs, porque en estos pasos, en este calvario «nos sentimos vivos», y esto último lo digo en un doble sentido: por una parte, nos permite permanecer en un nivel de tensión física donde nos sentimos emocionalmente segurxs; y por otro lado, existe la creencia de que salirnos de estos pasos implica unos riesgos. Y el miedo a esos riesgos lo vivimos internamente como algo mucho más peligroso que sostener la pasión que llevamos en nuestro día a día.
Hay un lugar dentro de nosotrxs donde tenemos la certeza de que si nos salimos de este camino, estamos abocados a la no existencia, a dejar de vivir. Hablo de un plano muy sutil, y tan profundo que es capaz de movilizarnos para acabar tropezándonos en la misma piedra una y otra vez. Al menos la piedra ya sabemos la caída que nos espera. Más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer.
Y esto se puede convertir en una gratificación: sé a dónde me va a llevar, me siento segurx, y además constato que la vida es como yo pensaba, que yo soy como pensaba, y que mi forma de relacionarme con los demás no tiene más vueltas de hoja. Sí, la pasión nos priva, es complaciente, porque garantiza lo que esperamos: la insatisfacción.
Pero si de pequeñx, como personas dependientes, necesitamos de la pasión para salir adelante, una vez adultxs, sí tenemos la capacidad de dejar de ser fagocitados por ella, y propiciar una experiencia más plena de la Vida. Y esa fortaleza se adquiere en la terapia, con la ayuda de la conciencia, la espontaneidad y la responsabilidad, los tres pilares de la gestalt.
Ojo, no estoy diciendo que se pueda acabar con esta cruz, porque es como decir que podemos vivir sin el carácter. Pero sí que podemos transformar la cruz en un «+», un más. De hecho, cuando una persona se trabaja su pasión, permite que florezca con más fuerza su virtud. Y deja de montar el numerito del vía crucis…
Salvo que lo quiera seguir haciendo con conciencia, que también se puede 😉
El eneagrama
La primera vez que escuché hablar sobre las pasiones fue cuando empecé a hacer los SATs, un programa de cursos creados por Claudio Naranjo, a partir del Eneagrama sufí. Para quien no esté muy familiarizadx con el eneagrama, lo describiría como un mapa del carácter del ser humano, que bien usado, puede ser una potente herramienta de autoconocimiento y transformación. Estructura las pasiones en nueve tipos, o eneatipos. Se ha popularizado en las últimas décadas, y ya se usa en diversos ámbitos, más allá de lo terapéutico, y no siempre en pro de la salud.
Así que, de partida, pido cautela a la hora de aproximarse al eneagrama. Para las personas interesadas, hay un libro muy didáctico, de lenguaje sencillo y bien estructurado. Es Eneagrama: los engaños del carácter y sus antídotos (editorial Kairós), de Carmen Durán y Antonio Catalán. Está disponible en edición de bolsillo.
Durán y Catalán llevan más de quince años trabajando con el eneagrama en grupos terapéuticos, y con una propuesta integradora: descubrir las pasiones y fijaciones que hay en mí de cada uno de los nueve caracteres que forman el eneagrama. Creo que esta opción permite que una persona entre menos en el laberinto interno de identificarse con un único tipo de carácter, búsqueda que se puede convertir en distracción, frente a poner conciencia en cómo soy. Las manzanas tienen que madurar para caer del árbol, y creo que los talleres de Durán y Catalán -que, confieso, no he realizado, pero sí conozco por personas cercanas- es respetuoso con dicho ritmo.
El programa SAT de Claudio Naranjo, entre tanto, incorpora muchas perspectivas terapéuticas, desde la gestalt al PNL, pasando por la meditación, ofreciendo trabajos muy variados para el conocimiento del carácter, en cinco residenciales de más de una semana de duración (el curso introductorio es más breve).
Otro enfoque es el que aborda el equipo de Juanjo Albert del IPEG, Alicante. Tampoco lo conozco, pero sí me lo recomiendan personas de confianza.
Foto principal de Foxtongue
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