Salvo que vivas aisladx del mundo, por estas fechas ya te has enterado de que ha llegado la navidad.
Te has enterado muy bien.
Para ser exactos, te empezaste a enterar hace dos meses de que se iba acercando una de las tradiciones más contundentes que cada año tienen lugar en nuestra sociedad: anuncios de fragancias y juguetes, alumbrado abundante en las calles… (salvo que vivas en municipios como Daya Vieja, cuyo ayuntamiento ha decidido «alumbrar» estos tiempos a diez familias). Y preparación religiosa para quien la elige y vive.
¿Qué movilizan estas fechas que son tan intensas como tradición? Principalmente actualizan el estado de bienestar/malestar interno y, sobre todo, el estado de los vínculos familiares: tanto si hay encuentro como si no. Da igual. Se nos inyecta en la médula espinal que la Navidad es un período de paz y armonía,»vuelve, a casa vuelve…» para el reencuentro de la familia unida, «fechas entrañables», «destapa tu felicidad», «noche de paz, noche de amor»: en otras palabras, el mantra que se instala es el de que hay que (lo suyo es) estar con la familia, y en principio estar a bien, con la careta sonriente si hiciera falta.
Cojamos la cena de Nochebuena (o comida de navidad) como principal escenario de estas fechas. ¿Cómo se puede sobrevivir? Dibujemos posibles escenarios: es una pausa en la que escondemos el hacha de guerra bajo el mantel de motivos tradicionales, y brindamos todxs a una. Es el campo de batalla en el que volvemos a retomar nuestras estrategias estancadas para alimentar la lucha de los bandos y conflictos familiares. Es una mesa que marca la inmensa distancia que separa a unxs de otrxs, una tabla que se llena de comida para acentuar el abultado vacío. Y también, también hay espacio para «el -único y exclusivo- espíritu navideño»: es un encuentro amoroso, de reconocimiento y aceptación, siembra del vínculo, y restitución del árbol familiar.
Si la navidad se ejerce como dictadura social. sólo contempla este último escenario como «el que toca», aunque sea mera representación, y los otros tres estén mucho más presentes, de forma estática o como fases de una misma cena. Son tradiciones de cada familia.
Así que ampliemos aquí la postal navideña, y contemplemos la posibilidad de que nuestros encuentros en torno a la mesa puede que no sean como un anuncio de Coca Cola, y que tampoco eso supone el final del mundo (nunca mejor dicho).
De partida, aceptemos que la familia es una estructura de naturaleza dinámica, cada miembro establece contactos y retiradas (físicas o atencionales) con los demás. Y ya sabemos que generalmente no es fácil entendernos y aceptar bien la retirada de otra persona cuando lo que queremos es el encuentro con ella, o viceversa. Lo vivimos/actuamos como abandono, desprecio, rechazo, culpa… ¡La de emociones, escenas y recuerdos que se mueven en el juego del encuentro y el desencuentro! Siendo la familia uno de los primeros «ecosistemas» en el que nos desenvolvemos en nuestra vida, añadámosle años de historia y vivencias… y asuntos pendientes.
Si ya lo anterior resulta complejo, viene la dictadura navideña (ojo, no hablo de que la navidad sea una dictadura, sino de que a menudo se impone por encima de nuestras posibilidades de las necesidades de cada unx en ese momento), digo que viene la dictadura navideña y exige que «reine la paz». Y punto. Así que ante este panorama, las opciones de roce no es que aumenten, se DISPARAN, y si hay roce, ya se sabe, pueden saltar chispas.
Menú navideño
Ante eso, ¿qué opciones quedan? En la entrada anterior, ya comento que para que una tradición no pese, o la haces tuya (y para ello la adaptas, te adaptas o la vives por completo) o no la haces tuya (la rechazas o participas en el rito sin vivirlo porque sabes que para otra persona es importante que tú estés ahí, y esa persona te importa). La cuestión es poder realizar una elección. Y para eso, previamente hay que saber qué quiero yo, qué necesito yo. Lo que yo quiera no tiene por qué ir acorde con lo que elija, pero sí es importante tener conciencia de mi deseo, mi postura interna.
Dicho eso, ahora te voy a plantear una revisión de la «tradición familiar» en torno a la Nochebuena, que te va a permitir obtener una mirada más clara de la escena, estrategias y lugares comunes de tu familia. Si no tienes tradición de encuentro navideño, recurre a otro. Te animo a que realices esta propuesta por escrito. Busca boli y un cuaderno que, asegúrate, nadie lo vaya a leer. Si la cena de Nochebuena se te suele atragantar, prueba a responder estas preguntas. Quizás te ayude.
– Primer plato: mi motivación. ¿Quiero encuentro familiar o no? ¿Sí y no? Aquí no necesitas vender la moto de buena persona (si es que es lo que te va), y puedes responder de manera honesta, a ti mismx. A continuación, expón qué te acerca a la cita y qué te aleja: qué me gustaría que ocurriese, qué temo que pase (es importante que definas ambos extremos, por mucho que te parezcan disparatados e irreales), cómo reacciono/reaccionaría yo en cada uno de esos dos escenarios.
– Segundo plato: el guión familiar. ¿Qué suele ocurrir en estos encuentros? Si tomo distancia y puedo enfocar el encuentro como si fuese un extraterrestre que, recién caído en la Tierra, observa la «celebración», ¿qué podría decir que está pasando? Tira de lo objetivo, lo fenomenológico: el tono con el que se habla (gritos, alegre, decaído, alegre-en-apariencia-pero-realmente-decaído, enfadado…), los temas de los que se habla y aquellos que ni se tocan (asuntos familiares o hablar de todo menos de cómo va la vida a lxs presentes, superficiales o profundos), los grupos que se forman entre comensales, líderes de la mesa. En general, las tradiciones conllevan unos rituales que permiten hacer previsibles los acontecimientos y garantizar que todo el mundo tenga su rol, lo cual debería de facilitar el análisis de este segundo plato, que se completa con la siguiente pregunta: ¿cuál es mi papel en ese guión familiar? ¿Estoy a gusto con el mismo?
– Postre: aceptación o cambio. Vista mi motivación y el guión familiar, ¿hay espacio en lo segundo para lo primero? Si la respuesta es sí, entonces sólo resta disfrutar de la velada. En caso contrario, ¿quiero modificar el guión familiar? ¿Quiero pelearme con él? La aceptación de la motivación propia puede llevar a confrontar el guión familiar, y la aceptación de lo segundo puede implicar el ahogo de la propia motivación. ¿Prefiero resignarme? ¿Cuál ha sido mi elección en anteriores ocasiones: aceptar lo que se da, apostar por cambiarlo? No hay respuesta acertada. Sólo decisiones que se toman, oportunidades que se abren y riesgos que se asumen. Lo importante es que puedas ser consciente de esa elección que has hecho en ocasiones anteriores, y que ahora puedas ser consciente de la elección que vas a tomar de cara al nuevo encuentro, si es que se da. Preguntas como «¿qué es lo que nunca me he atrevido a hacer en esa situación y me muero de ganas de hacerlo?» suelen dar pistas de deseos, miedos y tabúes familiares.
Una propuesta más: revisa el texto que surgió del ‘segundo plato’, y observa a quién citaste menos, qué persona ni siquiera ha salido mencionada, o sale descrita a grandes trazos, con etiquetas que simplifican su complejidad. Ahora que ya tienes una idea del guión familiar, en el próximo encuentro tienes la posibilidad de descubrir todo aquello que se sale del mismo, y que también se está dando en torno a la mesa.
En la Gestalt solemos descubrir cómo un extremo convive con su opuesto, y la dependencia del uno respecto del otro tiende a ser reveladora. Así que por mucho que se intente ocultar y negar, la polaridad participará del evento, en forma de sombra, de presencia sutil, o de comentario disparatado. Y también se sentará a la mesa.
La silla vacía
Por último, y mirando más hacia el cierre de año, en estas fechas también emergen los vacíos y ausencias, esas sillas vacías que ocupaban personas que ya no están, situaciones o estados en los que estábamos y hemos perdido. Es probable que emerjan despedidas, nos topemos con los límites de la vida (y la muerte), y con la necesidad del duelo (en un sentido amplio). Así que si hay dolor, tristeza, rabia, en la medida que puedas, date permiso a sentirlo. En esta entrada del blog Gestalt Venezuela he encontrado varias propuestas que pueden ayudar a realizar el duelo. Cualquier emoción es legítima de ser vivida, sentida. ¿Sentir el dolor para qué? Para transitarlo y abrirte a lo nuevo. Como indican en dicha página web, «no se puede llenar una taza a menos que esté vacía». Y a veces, reconocer que necesitas ayuda es el primer paso para vaciarla.
Imagen de kevyge
1 Comment
Leave your reply.