Más que hacer una hoguera y quemar lo que no nos gusta, vivimos en una hoguera quemándonos con lo que no nos gusta, lo que nos enfada, molesta y duele. Esto pasa, sobre todo, en las relaciones personales. Si bien es cierto que hay cosas que no es posible cambiar en la vida, y que implican la aceptación de los límites, la frustración y el reconocimiento de lo que hay, también es verdad que muchos vínculos personales se estancan porque una o las dos personas no están reconociendo lo obvio, o no son capaces de transmitírselo entre sí.
Entre las muchas barbaridades con las que aún adornamos las relaciones (mención especial para las de pareja), se encuentra la de que la otra persona me tiene que entender a la perfección, ¡como si eso fuera tan sencillo! Primero de todo, ¿acaso tú te entiendes a ti mismx? En los procesos terapéuticos es muy habitual la experiencia de no comprensión, expresada como vacío, mareo, dolor de cabeza… La mente intenta organizar los acontecimientos y vivencias internas de una manera que ya no sirve, porque no responde a la verdad de unx mismx, esa verdad profunda que implica el reconocimiento de una herida, y que la mente ha estado intentando tapar lo mejor que ha podido.
Por tanto, el camino de autoconocimiento habitualmente conlleva un entenderse menos a unx mismx, como proceso en el que buscamos un nuevo paradigma para nuestra persona (esto ocurre sobre todo a quienes tienen muy controladas sus reacciones y pensamientos; por el contrario, las personas que de partida no se entienden, suelen encontrar un apoyo sobre el que construir una comprensión de sus vivencias, pensamientos y acciones).
Aparte de esto, internamente no somos una unidad definida, matemática y estable sino más bien un coro de voces entre las que puede haber mayor o menor (o ningún) entendimiento: es lo que en una entrada pasada nombré como «mi propia vecindad«. La parte instintiva desea venganza, la parte moral recuerda la importancia de ser una buena persona, la parte emocional llora de dolor… Somos personas más complejas de lo que creemos, las incongruencias internas existen y la gestalt las clarifica a través del juego de polaridades: reconoce que te identificas con un extremo e indaga lo que también hay en ti del polo opuesto. Estas diferencias que llevamos dentro, y que no siempre sabemos resolver, también participan en la dificultad de entenderse a unx mismx.
Quemarse
¿Una tanda de ejemplos? Vamos a por ellos: le dices a tu pareja que elija destino para las vacaciones, decide que Cádiz y te enfadas porque no ha escogido Vancouver, que es el que a ti te apetecía; te encanta que tu chica sea inteligente y te enrabietas cuando responde antes que tú jugando al trivial; buscas amistades que te ofrezcan una sensación de seguridad y luego no soportas que estén todo el día encima de ti; quieres encontrar pareja y solo das con personas que buscan sexo; estás sin un duro y no puedes evitar comprarle algo a otra persona que económicamente está mejor que tú; quieres que tus compañeros de trabajo te sigan viendo como la persona de antes y no como su nuevx jefx, y luego no entiendes que no acaten tus decisiones… En definitiva, si a nosotrxs mismxs nos cuesta entendernos a veces, ¿cómo podemos exigir a otra persona que nos entienda?
Con todo, ocurre que en ocasiones que sí que nos entendemos, y es la otra persona la que no nos entiende. Y cuando ocurre esto (de lo más habitual), nos enfadamos con nuestrx amigx, pareja, familiar, etc. Creemos que nuestro mundo interno, nuestras experiencias, temores, deseos, valores, guiones y normas son idénticos a los de la otra persona, o si no ésta debería ser capaz de descifrarlos.
Y como no lo hace, nos enfadamos: «tendrías que haberlo pensado antes», «eres tontx«, «siempre me quieres hacer daño«, «deberías saber cuándo me encuentro mal«… Son prototipos de respuestas que se suelen dar cuando no hay un entendimiento entre dos personas. Tienen en común que no aportan ni un ápice de información sobre lo que está ocurriendo en el mundo interno de la persona que lo expresa –quizás piensas: sí, sí que aportan; está claro que está enfadada. A lo que planteo: ¿y por qué enfadada y no asustada, envidiosa, dolida?– , y también su tono descalificador, generalizador y exigente. Una artillería así difícilmente recibe una respuesta que no sea agresión o ponerse a la defensiva. En ambos casos, la posibilidad de encuentro resulta aún más lejana.
Quemar lo pendiente
Pongamos ahora a cada persona de la relación de dos (amistad, pareja, vínculo familiar, laboral, etc.) responsabilizándose de su propia comunicación, responsabilizándose de hacer llegar mensajes claros a la otra persona, que puedan ser comprensibles. En la otra persona queda la opción de atender y poner empeño en resolver el asunto de desencuentro o no.
¿Cómo generamos un espacio de entendimiento? Ciñiéndonos a lo fenológico. Empezar con un «eres tontx», «lo haces mal», «me haces daño» no es fenomenológico. Son etiquetas y valoraciones globales y subjetivas. Es decir, una persona que hace muchos chistes puede resultar tonta o alguien admirable por su capacidad de generar risa en las demás. ¿Qué es ser tontx? ¿Hacer las cosas mal? ¿Hacer daño? La comunicación basada en calificativos no ayuda a construir un vínculo.
Por el contrario, si nos ceñimos a lo fenomenológico, la otra persona sí puede recibir información de interés: «cuando hiciste esto y esto…», «cuando me has dicho tal asunto delante de otras personas», «cuando me hablaste con ese tono de voz…». Ahora sí nos podemos entender.
Pero falta la reacción interna: ¿qué me pasa a mí con lo que tú (me) has hecho? Me enfado, me asusto, me pongo celosx, me frustras, me alegras, me dejas triste… El grado de generosidad que queramos tener con la otra persona depende de la confianza que exista en la relación en cuestión: que pueda apreciar y respetar tu honestidad, que en ocasiones implica mostrar la vulnerabilidad propia. Y también de la confianza que queramos generar: si es una relación laboral, quizás un «no consiento que hagas bromas sobre mí en las reuniones de dirección» es más que suficiente; para una relación de pareja, algo más de transparencia puede abrir la puerta a un mayor compromiso, como «cuando dices que vas a regresar a casa pronto y no llegas hasta pasada la medianoche, sin dar señales de vida, siento desconfianza».
Otra opción es poner voz a nuestra necesidad y límites: «si vas a salir de marcha hasta tarde, necesito que me avises», «si hay algo que haya hecho y te molesta, prefiero que me lo digas en persona en vez de mandármelo por whatsapp», etc.
En definitiva, solo con descalificaciones, generalizaciones y exigencias no conseguiremos aclarar los malentendidos, desencuentros y heridas. Y ya sabemos lo que ocurre con lo pendiente: sigue actualizándose, presentándose una y otra vez en el ahora como asunto no resuelto. Así es como nos quemamos en nuestra propia hoguera. Sin embargo, lo concreto y obvio permite tender puentes para poder comprender lo no obvio que cada persona llevamos dentro. A través de lo fenomenológico, podemos quemar junto a la otra persona los capítulos inconclusos y empezar una nueva página.
Fotografía de matthew venn
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