¿Es la gestalt una terapia que abandera el egoísmo y el individualismo? Hay quien llega a esa conclusión cuando lee el inicio de la llamada oración gestáltica de Fritz Perls:
Yo soy Yo.
Tú eres Tú.
Yo no estoy en este mundo para cumplir tus expectativas.
Tú no estás en este mundo para cumplir las mías.
Como recoge Paco Peñarrubia en su libro Terapia gestalt: La vía del vacío fértil, de la forma confrontativa de trabajar de Perls hay quien entendió que la diferenciación entre yo – tú era una finalidad en lugar de ser el camino hacia el encuentro. Pero, ¿cómo interpretar que un «yo soy yo / tú eres tú» es una puerta hacia el contacto? Puede parecer, a priori, contradictorio.
Mi experiencia con la terapia gestalt, primero como paciente y después como terapeuta, es que ese sano egoísmo del que hablaba en la entrada anterior resulta predominante durante una etapa del proceso de crecimiento. Es una etapa necesaria en la que unx indaga en el reconocimiento de la propia herida caracterial y en cómo hacerse cargo de su cura; y a partir de ahí, en los límites propios, en los límites de su necesidad y de su deseo, en busca de esa espontaneidad del ser que se da cuando unx se otorga más libertad interna para sentir y reconocer. Y para eso es esencial mirar-me, escuchar-me, saborear-me, oler-me, tocar-me.
Y este reconocimiento interno de la necesidad y deseo propios sigue presente a lo largo del camino, a veces de forma más clara, a veces vuelve a ser más confuso. Incluso hay etapas en que volvemos a perder de vista la necesidad y el deseo, bien por acontecimientos que vivimos de forma angustiante o bien porque estemos tocando con algún aspecto nuclear propio sobre el que hasta ahora no habíamos puesto conciencia. En estas situaciones, la brújula vuelve a saltar por los aires, y volvemos a buscar a tientas las referencias internas (el proceso de recuperación suele ser más rápido que la primera vez que iniciamos esta aventura).
Es este trabajo con unx mismx el que ayuda a aprender a cuidar de lo propio y a aprender a contar con unx, a estar en contacto, a rescatar la conexión interna y profunda. Con certeza, puedes decir que podrás contar contigo hasta el día de tu muerte. Con nadie más, al menos desde la lógica.
La cuestión es que cuando puedes reconocerte a ti, te aceptas y puedes empezar a amarte, el encuentro con otra persona se da de forma más libre: ya no hay (tanta) necesidad de manipular (aunque lo vamos a seguir haciendo muy a menudo), y cuando se hace, le pones más conciencia al mecanismo, al esfuerzo que implica, a las consecuencias. Y suele ocurrir que encuentras una forma más directa y transparente, que está a tu disposición a la hora de interactuar con otra persona.
Así que, desde la conciencia de lo propio, de dónde sale el impulso hacia el encuentro con lxs demás, con el mundo, si necesitas algo, si lo demandas claramente o no, y hasta dónde te sientes dispuestx a compartir antes de retirarte, desde la conciencia de todo esto, digo, puedes decidir con más libertad cuándo saltarte los «límites» propios para atender la necesidad de la otra persona.
Por ejemplo, estás cansadx y tu cuerpo te pide ir a dormir. Pero te llama alguien que es importante para ti y te cuenta que necesita hablar y compartir un problema. Aquí tú puedes decidir atender tu cuerpo, o atender a la otra persona. Antes quizás desoías tu cansancio y aguantabas hasta las tantas de la madrugada, sintiendo que si le dices que no, se va a enfadar, no te va a querer y, tú estás muy necesitadx de cariño (claro, cuando unx se olvida de darse cariño a sí mismx suele ocurrir eso).
La diferencia es que ahora eres consciente, por un lado, de tus límites y de que tú te puedes hacer cargo de ti, de cuidarte, de quererte («yo soy yo»); y por otro, también eres consicente de la necesidad de la otra persona («tú eres tú»). Y puedes elegir. Al tomar conciencia de la elección, ocurre que te puedes hacer responsable de la decisión que adoptas. Y si luego duermes menos horas, sabes que fue por una decisión propia, no por esta persona «pesada» que te llama tarde y se pone a hablar. En el primer caso, te responsabilizas; en el segundo, vas de víctima. Y la vida pesa enormemente cuando elegimos esta última opción.
La otra posibilidad es que decidieras no atender esa petición de esta persona porque estás cansadx o porque no te apetece escuchar a esta persona. ¿Se puede molestar? Claro que sí. ¿Depende de esa persona tu bienestar? No. Si cuentas contigo, no tiene por qué. Y si le disgusta o se enfada, esta persona es libre de hacerse cargo de sus emociones y actuar como considere. En tus manos seguirá estando buscar un futuro encuentro, si lo deseas o necesitas.
Todo esto produce que empecemos a experimentar otra posibilidad de contacto y retirada, lo cual no quiere decir ni que se produzcan más encuentros, ni menos, sino que son más genuinos y honestos. De hecho, eso se puede traducir en un incremento de la vida social. ¿De qué manera? Podría darse el caso de una persona que no sale al mundo y, pongamos, en su proceso terapéutico descubre que sí necesita del encuentro con otras personas. Quizás hasta ahora las únicas veces que «salía» era porque recibía una llamada, y la iniciativa era ajena. Pero cuando puede definir sus necesidades y deseos, también puede empezar a hacerse cargo de su propio cuidado. Y esto podría pasar por lanzar iniciativas a sus contactos para quedar más, o abrirse a conocer a más personas en otros ambientes. O por expresar su enfado porque alguien a quien quiere solo está disponible cuando dicha persona quiere, no cuando nuestrx protagonista del ejemplo reclama su cercanía.
Por tanto, la diferenciación, la delimitiación de la propia individualidad capacita a poder decir «yo estoy aquí» cuando estamos con otra persona, a un encuentro con una presencia real en vez de un contacto artificial, fingido, resignado o fantasmagórico. Lo cual puede alimentar el carácter y la neura, sin nutrir el corazón.
Fotografía de Yasser Alghofily
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