Viva el sacrificio por lxs demás. Viva el arrastrarse, cargar con las maletas que no son nuestras sino de otras personas, posponer las necesidades y deseos propios por el bien de mi vecinx. Viva el apañar cuales ñapas las «inundaciones» de las vidas del prójimo, y atrasar la achicadura en el propio hogar.
Vivimos en una cultura que censura la mirada a unx mismx cuando frente a sí hay otra persona con necesidades que podemos cubrir, y bendice la predisposición a aliviar estas necesidades ajenas, independientemente de si las propias son o no más urgentes.
Es un concepto cultural muy extendido el que grita «¡eso es egoísmo!» cuando dudamos entre escuchar nuestro cansancio y quedarnos en casa, o acudir a consolar a otra persona que atraviesa una crisis de pareja. En el fondo de nuestra mente, cargamos con una cruz, que insta a ofrendar nuestra ayuda a cambio de la buena conciencia. Lo contrario, cuidarnos, se interpreta como excesivo amor propio y nos dejaría con culpa.
Esta idea, además, convive con la de no querer «molestar» a otra persona contándole las inquietudes propias, las preocupaciones, emociones como la tristeza, miedo o culpa. No queremos ser una carga para la otra persona, mientras que nos ofrecemos a ella como un teléfono de la esperanza al que llamar en cualquier momento.
Obviamente esto no ocurre en todas las personas, pero sí es un patrón bastante aceptado y compartido en culturas judeocristianas como la española. Pareciera que la palabra del Dios cristiano instó a algo así como «Amarás al prójimo por encima de ti mismx»: sacrificio, entrega, una caridad enfermiza y, en definitiva, mal entendida porque en el texto bíblico se defiende como amor al prójimo en la misma medida que el amor a unx mismx (ya sabemos lo que ocurre cuando hacemos algo «por encima de nuestras posibilidades» 😉 ).
Antes de continuar, hago un paréntesis para recoger a todas las mentes que se hayan quedado descolgadas desde el momento en que hemos entrado en terreno religioso. Es un tema que levanta muchas defensas (¿verdad?), así que rescato aquí que de lo que estamos hablando es de la manera en que socialmente formulamos el cultivo del amor, entendida esta palabra como ese acto, sentimiento, actitud de aceptación, cuidado y reconocimiento (a unx mismx y a otrxs), y que la mayoría de las personas buscamos de una manera o de otra (lo podemos llamar de distintas formas, como felicidad o realizarse).
La cuestión es la tendencia a buscar el amor a través de las otras personas y el amor hacia las otras personas, en vez de trabajar sobre el amor a unx mismx. La propia terapia pasa por una reconciliación de unx consigo mismx, con el fin de rescatar el amor propio (en sentido amplio, no reducido al prestigio), ese amor que en la edad adulta es esencial para nuestra salud y bienestar (de pequeñxs es el amor de las figuras familiares de referencia el que resulta crucial y determinará en buena medida el amor propio).
Pero esta creencia de que el amor pasa primero por lxs demás, produce que, cuando la mirada la fijamos en unx mismx, en sus necesidades y deseos, un juicio interno lo censure tildándolo de «acto de egoísmo». Y esto, el mirar hacia unx y por unx, que ocurre en los procesos terapéuticos, se vive al principio de forma desapacible, tachable, contrario al respeto y al civismo.
Y nada más lejos de la realidad. Incluso las personas narcisistas, ésas que confunden el amor propio con el enamoramiento propio, necesitan parar y cuestionarse sus necesidades y deseos, porque posiblemente han crecido bajo la creencia de unas necesidades y deseos neuróticos, impostados, una carga que les genera mayor dependencia ya que, por mucho que intenten cubrirlos, jamás consiguen saciar su sed (algo ya explicamos en esta entrada sobre el carácter orgulloso). Y ese cuestionamiento del narcisismo (o de cualquier otro aspecto neurótico) solo es posible dirigiendo la mirada hacia dentro, hacia unx, camino a ese tránsito por el vacío que resulta cuando nos despojamos de los clichés y los roles, en busca de la propia identidad. Mientras no nos encontremos con ésta, estaremos faltando al respeto, al respeto propio.
El doble «egoísmo» del proceso terapéutico
Esta experiencia de mirar hacia dentro y convertir el hogar olvidado en la nueva república autónoma de mi lugar en el mundo, supone ya de por sí un desplante a la dinámica social de un sistema que nos insta a olvidarnos de lo que nos pasa dentro y nos promete que solo vamos a poder quedarnos en calma a través de la adquisición de bienes para uso propio, o sumando puntos de buena conciencia moral (atendiendo a las demás personas y desatendiendo lo de unx).
Pero es que además de este acto de rebeldía al sistema patriarcal dirigiendo la mirada hacia dentro, esta indagación hacia lo profundo de unx consume muchísima energía porque nos acerca a la herida profunda (y si llega a buen término ayuda a sanarla), esa herida que queda del daño que nos han hecho en nuestra vida (de nuevo, infancia sobre todo), y la manipulación que tuvimos que tragar para poder sobrevivir con algo de afecto, cuidado, atención.
De repente, al iniciar terapia, lo que venimos haciendo en nuestra vida lo sentimos cuestionable. ¿Actúo por mi necesidad o para conseguir algo de esta persona? ¿Es mío el impulso o estoy repitiendo un patrón ajeno? ¿Qué sentimiento es el que ahora mismo respiro y que me resulta desconocido? ¿Cómo puedo cuidar de mí si la única manera que conocía resulta que me hacía más daño? La conciencia pone de manifiesto la brutal cantidad de desatenciones y descuidos de unx mismx que veníamos arrastrando. Nos descubrimos como desconocidxs para nosotrxs mismxs, y la novedad precisa de mucha atención, comprensión y resolución, en definitiva, mucha energía para unx.
Y en los casos de aquellas personas que han estado siempre dando a lxs demás, esta demanda de atención que reclama lo de dentro supone una notable reducción de energía hacia el mundo. No es una etapa que se dé en todos los procesos terapéuticos, pero es muy saludable poder respetar esta retirada del exterior porque es tal la energía que consume la puesta en marcha de la conciencia en la gran aventura de redescubrir el mundo interno…
Existen fantasías catastróficas, como que de este proceso no se saldrá, o que lo que quedará será una persona sin fuerzas. Y para nada. La sanación de la herida permite rescatar una energía que estábamos ocupando en ocultar ese dolor, sostener la coraza para no percatarnos del mismo o al menos no sentir su intensidad.
Y también ocurre que la mejor conexión con unx permite atender con más fidelidad las propias necesidades y limitaciones: y si hoy necesito descansar y no acudir a consolar a otra persona que reclame mi ayuda, quizá tenga más libertad para poder no traicionarme a mí y quedarme en casa, aunque eso pueda molestar, enfadar, doler a la otra persona.
Como en todo, lo saludable es encontrar el propio equilibrio interno. Y probablemente ése nos permita en ocasiones estar para lxs demás, y en otras estar exclusivamente para unx. Renunciar a la segunda opción porque me van a llamar «egoísta» es claudicar a un concepto social que en su propia rigidez se evidencia como enfermizo. Enfermizo hasta poder llegar a matarnos.
Así que bienvenido sea ese «egoísmo» que te permite reconocerte en las necesidades, deseos y límites. Bienvenido sea el permiso a amarte a ti, sin tener que implicar a otras personas de por medio. Si siempre fuiste de figurante por tu propia vida, bienvenido sea abandonar los papeles secundarios y poder ubicarte como protagonista, que para eso es tu vida. Y para ti, narcisx, bienvenido sea tu protagonismo liberador, en el que no dependes de ser protagonista de las vidas de las demás personas, sino que quedas satisfechx con tu propia aceptación y amor.
La fotografía principal pertenece a donata ramonaite
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