¿Qué es más fácil: desintegrar un átomo o un prejuicio? Para Albert Einstein, lo primero. El prejuicio es una composición mental construida sin el conocimiento suficiente. Resulta difícil desintegrarlo porque la persona que lo atesora, generalmente de forma tenaz, desconoce que carece de los elementos necesarios para poder construir un juicio más ajustado a la realidad.
Así, a partir de una experiencia desagradable con una persona, animal o elemento (a veces basta con que nos lo hayan inculcado o sea una experiencia de otra persona que nos lo narra), se construye un prejuicio que extendemos a toda la persona, o un grupo de personas, animales o elementos que comparten una característica con la experiencia primigenia. Implica, así, la renuncia a dejarse sorprender por lo que las nuevas situaciones pudiesen mostrar, y economiza maximizando la experiencia previamente vivida.
Podríamos pensar que esto lo hacemos con todo, y no es así. Pongamos que es lunes y llueve. ¿A alguien se le ocurre construir un pensamiento que diga: “todos los lunes llueve”? No, salvo que vivas en Galicia, región que está registrando uno de los inviernos más lluviosos de los últimos años, con precipitaciones casi a diario. Pero ni siquiera en Galicia afirmarían eso. En todo caso, se lo preguntarían ;-).
Por tanto, los prejuicios suponen un desprecio a la apertura a la experiencia del presente, en tanto en cuanto acudimos al aquí y ahora con una idea preconcebida que ya va a condicionar nuestros pensamientos, sentimientos y acciones. La pregunta del millón es: ¿y qué tiene que ver todo esto con la Gestalt? Entremos en materia.
La terapia gestalt, como la mayoría de propuestas que invitan a indagar en el mundo interno de la persona (pensamientos, sentimientos, experiencias, transpersonal…), trata de confrontar los ‘prejuicios’ que tenemos en la vida, sobre todo aquellos que afectan al concepto que cada persona tiene de sí, y que limita su potencialidad de sentir, pensar y actuar. ¿Con qué objetivo? Con el fin de que pueda entrar en contacto con una experiencia de sí más genuina, con una percepción más clara de sus necesidades y deseos, y pudiendo adquirir más herramientas para agarrar las riendas de su vida, es decir, que se haga cargo de sí, sea sanamente responsable.
Recogiendo un concepto que conocí a través del Eneagrama y el programa de Claudio Naranjo SAT, solemos hablar de ‘ideas fijas’ e ‘ideas locas‘ para referirnos a aquellas máximas que asumimos como verdaderas y que condicionan nuestra vida sin haberlas podido cuestionar. En verdad, parafraseando a Einstein, una de las etapas más difíciles de atravesar en el proceso terapéutico es la de cuestionar una fijación. Nos decimos: “yo soy así”, y pensamos que vinimos al mundo con esta personalidad, estas características. En realidad, al margen de cuestiones como la genética y la etapa intrauterina, son las experiencias vividas en los primeros años de vida las que van sirviendo de ladrillos para construir los prejuicios internos sobre quién soy, cómo es el mundo y cómo me relaciono con él.
De pequeños, nuestro desarrollo cognitivo está muy limitado, buena parte de la infancia la vivimos percibiéndonos como el ombligo del mundo, celebrando y lamentando que todo lo que ocurre a nuestro alrededor está relacionado con algo que hemos dicho, hecho ¡e incluso a veces tan solo pensado o sentido! Es con esta capacidad mental limitada con la que vamos apropiándonos de experiencias puntuales, integrándolas como verdades absolutas. Si veo a mamá o papá que me gritan porque se me cayó la cuchara y me dicen que “soy torpe”, construiré con esa escena un ladrillo de mi carácter en el que me identifico con el “ser torpe”. Si esa escena se repite varias veces, y se ve acompañada de otras similares o parecidas en otros ámbitos, podré alzar un enorme muro en el que ya veo limitado mi ser. Y todo esto en una etapa de la vida en que no dispongo de la capacidad de comprender que, quizá, el enfado de mamá y papá tiene que ver con una experiencia frustrante que han tenido ese día en el trabajo (por ejemplo), y que su enfado no tiene que ver conmigo.
Así, con muchas y muchas vivencias, que van apuntando en distintas direcciones, yo voy construyendo una definición de cómo soy, y tiene sentido porque por algo “me tratan como soy”, y si me llaman torpe será porque “soy así”. Lo grave de esta conclusión es que en ese “soy así” renunciamos a muchos aspectos internos que quizás ni siquiera hemos podido explorar. Crecemos con una conciencia limitada de nuestro ser. Y con esos ladrillos, esas ideas fijas, establecemos juicios previos y con falta de conocimiento (propio) sobre nuestra vida.
Pero, antes hablaba de lo difícil que es cuestionar estas fijaciones. ¿Por qué? Porque detrás de las mismas hay dolor; protegida tras ese muro hay una herida profunda, y contactar con la misma es…, eso, doloroso. Las personas pueden preferir limitar su capacidad de sentir, pensar y actuar (con lo que conlleva de tensión, dolencias y enfermedades, así como insatisfacción interna e infelicidad) antes que poder limpiar de una vez la herida que tanto daño les hizo y que arrastra consigo unas pesadas cadenas.
Por ejemplo, si en el ejemplo de la torpeza empezamos a cuestionar la fijación del “ser torpe”, emerge dolor y enfado con mamá y papá: “si yo realmente no soy torpe, ¿por qué me lo dijeron? ¡Cuánto daño me hicieron!”. De un ejemplo simple, podríamos complicarlo con sutilezas y manipulaciones. Y la herida suele estar ahí.
La medicina
¿Tiene remedio todo esto? Por supuesto que sí. Las ideas fijas, como los prejuicios, se desintegran de una única manera: confrontándolas con la experiencia real. “No, es que nadie me quiere”, puede escucharse en la consulta. A lo que pregunto: “¿Y quién es nadie?”. Estoy contrastando una idea genérica, nadie me quiere, con una experiencia concreta. En lo concreto sí hay oportunidad a una conciencia más corporal e íntegra, y de ahí al cambio, solo hay pequeños pasos. “No, pues quien no me quiere es mi padre que…”. Aquí ya hemos entrado en una experiencia definida y elaborable. La gestalt trabaja con lo fenomenológico porque es ahí donde puede observarse lo que realmente ocurre afuera, lo que a la persona le ocurre dentro (a nivel de mente, cuerpo y emoción) y cómo esa persona se juega o retira lo suyo en el mundo exterior.
Al final, detrás de las fijaciones más profundas, las que constituyen el núcleo del carácter, hay una experiencia de dolor no legitimado. Cuando ese dolor puede ser aceptado, entonces la persona está pudiendo soltar la carcasa con la que se protegía de ese dolor, carcarasa que tenía forma de fijación mental y que, sanado el dolor, resulta prescindible. Y una vez que suelta esa idea loca, la persona puede entregarse más plenamente al momento actual de su vida. Y quizás emprender rumbo al destino que desee de verdad.
Hay quien este proceso lo vive con angustia, ante el temor a descubrir que no sabe quién es, y que se quedará sin referencias internas. En realidad, estará descubriendo que lo que consideraba como su identidad no era sino una pequeña parte del propio ser. Es como creerse una partícula subatómica cuando se es algo más. ¿Quién quiere ser un neutrón pudiendo ser un verdadero átomo?
Esta entrada ha sido originalmente publicada en la revista digital Sembrando átomos
Foto principal de Jayneandd
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