Puedo hacerlo todo a la vez. Entro en un centro comercial para hacer la compra. En el bolsillo derecho del abrigo llevo los auriculares y una radio. Mi plan es ponérmelos para poder escuchar la entrevista que esa mañana van a realizar a Claudio Naranjo en una radio nacional. La entrevista va a comenzar en los próximos minutos. Empiezo a encestar en el carro los primeros productos de la compra. Dilema: voy acompañado. Quiero escuchar a Claudio y quiero «atender» a la compra, participar, estar presente.
Puedo hacerlo todo a la vez: ponerme los cascos, y atender con mis oídos a la entrevista, mientras que la mirada y el pensamiento estarán atentas a mi pareja, a sus gestos, y al recuerdo de productos que tenemos que comprar. Estaría dividiendo mi atención, oscilando de la voz de Claudio a las acciones de mi presente más a mano, y viceversa. ¿La mejor opción?
Así estamos buena parte de nuestra vida. El concepto «no tengo suficiente tiempo para hacer todo lo que quiero» lo exprimimos continuamente para realizar dos tareas a la vez: algunas no resultan conflictivas (desayunar mientras escucho la radio, cantar a la par que me ducho, fregar y mantener una conversación con otra persona…). Ninguna de estas tareas son difíciles de realizar a la vez, siempre y cuando una de ellas podamos automatizarla.
La psicología de la atención lo ha estudiado: el planteamiento de partida es que disponemos de una cantidad limitada de recursos atencionales que se distribuyen en función de las demandas. Cuanta más experiencia acumulemos en una «tarea» o cuanta menos atención reclame una situación, más recursos quedarán disponibles para otra tarea o punto de interés. La atención dividida es, por tanto, una habilidad que se adquiere y mejora con la práctica (Modelo de destrezas adquiridas, Neisser).
Y así, empezamos a mantener una conversación con una persona a la par que whatsappeamos a otra; hablamos por teléfono mientras queremos seguir una película por televisión… Y acabamos por recoger ropa para poner una lavadora, mirar por internet las últimas noticias, ponernos a escribir un mail y preparar la ropa interior que nos vamos a poner tras la ducha, para descubrir a continuación que aún no hemos terminado de meter la ropa en la lavadora, el mail está a medio mandar y que de las noticias de internet sólo hemos podido leer una cuarta parte de lo que nos habría gustado.
La habilidad para dividir la atención conlleva el riesgo de empezar nuevas acciones, tareas, actividades, compromisos sin haber cerrado los anteriores, acumulando asuntos inconclusos. Al final, acabamos con la sensación de ser perseguidos por una bola de nieve que se agranda según avanza, con demasiados compromisos y tareas pendientes. Da igual la prisa que nos demos: no podremos acabarlo todo, no habrá salvación. ¿Te suena esta sensación? ¿Cómo salir de ahí?
Tiempo finito
Empecemos a desandar lo andado. Si asumes que no hay tiempo para hacerlo todo, puedes o bien intentar desdoblar tu atención en dos (o tres) focos distintos para «aprovechar» el tiempo (mi experiencia me dice que sí, que salvo el culo, pero la sensación final es de cansancio e insatisfacción), o bien puedes hacer algo distinto: enumerar las tareas, objetivos, asuntos pendientes, metas que quieres alcanzar y establecer una lista de prioridades (de más placenteras a menos, por urgencia, por necesidad, realistas…). Hechas las prioridades, hay que valorar si damos para todo, o hay que posponer/descartar.
En los últimos meses, siempre que escribo por las mañanas finalizo con una lista de objetivos y asuntos pendientes para ese día. Me ayuda a centrar los asuntos que quiero abordar (ando con proyectos en distintas áreas, así que me viene muy bien para no olvidarme de nada relevante), y también a organizar la distribución del tiempo. Desde que empecé a hacerlas hasta ahora, he ido ajustando la cantidad de propósitos al tiempo «real» del que dispongo; al principio siempre me pasaba de largo, y me dejaba muchas cosas «para más adelante».
Esto me ha ayudado a ser más realista con mi ritmo, con los plazos que me pongo (y que comunico a otras personas, cuando están implicadas), y también a la hora de desechar las cuestiones menos relevantes. Suma al bienestar el estar satisfecho con lo hecho, no la cantidad de cosas resueltas. Si descarto una acción, no me quedo enganchado al vacío en tanto en cuanto pueda apreciar y sentirme a gusto con lo que sí he elegido hacer y quedarme, con lo que sí cuento. El tiempo es finito, tenemos límites, hay que elegir para disfrutar.
Presente físico versus presente digital
De igual manera, cuando estoy con otra persona conversando, poniéndonos al día, compartiendo un encuentro, sólo en la medida que pueda estar «presente» disfruto de ese momento. La aparición del whatsapp ha propiciado la comunicación instantánea en cualquier espacio, y también la división de la atención. Yo decidí hace meses quitarle el sonido y timbre a dicha aplicación. Lo hice para no estar saliendo de la conversación que mantenía con otra persona, hacia asuntos de lo más diversos, según las necesidades de quien me escribiese. Caí en la cuenta de que lo que estaba priorizando era la comunicación digital, en vez de la presencial, la tangible. Por eso silencié el whatsapp. Esta práctica me permite centrar la atención en el momento presente, priorizo lo que me rodea. Si hay alguna urgencia, cuento con que me llamarán.
Cada persona tiene sus recursos atencionales, preferencias y prioridades (que también pueden cambiar según las circunstancias). A lo que voy es a que los avances tecnológicos no hagan más prisionera a nuestra atención. O dicho más correctamente, que no nos dejemos arrastrar por las nuevas comunicaciones, simplemente porque su potencial sea mucho más amplio.
Y es saludable y deseable que, de vez en cuando, hagamos músculo para que la atención vuelva a estar unida. Mi experiencia es que la capacidad de disfrute aumenta conforme puedo plantar la atención en el presente. Por eso en el espacio terapéutico animo a explorarlo continuamente. Porque cuando no se da ese disfrute, el hecho de poner a la persona en el presente sé que la está aproximando a esa experiencia de descanso, de satisfacción, de relajación.
Al final escuché la entrevista de Claudio Naranjo. E hice la compra. La entrevista la seguí en diferido, que para eso hoy en día podemos consultar entrevistas y programas ya emitidos a través de múltiples vías. En el hipermercado, elegí centrarme en la compra, y en estar allí. Sé que haber hecho las dos cosas a la vez no me habría dejado satisfecho, a mi pareja tampoco. A veces, 2×1 es igual a 0.
Ah, también me dije que estaría bien escribir sobre la atención en el blog.
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