Es verano (en el hemisferio norte), momento para el descanso (quien puede) y para desconectar (¿quién puede?) del ajetreo habitual. Decíamos hace unas semanas que los chistes son una herramienta muy sanadora: la capacidad de reírse de unx mismx permite perderle el respeto a esa imagen con la que nos identificamos, y que en realidad es solo una porción de algo más grande, ese yo que traspasa los límites del carácter neurótico. El humor nos ayuda a reírnos de lo que somos, que decía Churchill.
Así que, ¿qué tal si nos reímos un poco de las locuras del ser humano, en general, y de algunas locuras de terapeutas y terapia, en particular? ¿Qué tal se llevan con la puntualidad? Cuidado porque dice mucho de una persona:
Si llegas pronto a una cita, eres ansiosx. Si llegas tarde, eres anti-social. Si llegas justo a la hora de la cita, eres obsesivx-compulsivx.
Por exceso o por defecto, al final siempre cojeamos de algo. Una exigencia menos con la que cargar, ¿no? Y es que la mente es capaz de generar un ruido, una contaminación, un veneno que acaba afectando a nuestro estado emocional… ¡y hasta a nuestras reacciones!
Un hombre quiere colgar un cuadro. El clavo ya lo tiene, pero le falta un martillo. El vecino tiene uno. Así, pues, nuestro hombre decide pedir al vecino que le preste el martillo. Pero le asalta una duda:»¿Y si no quiere prestármelo? Ahora recuerdo que ayer me saludó algo distraido. Quizás tenía prisa. Pero quizás la prisa no era más que un pretexto, y el hombre abriga algo contra mí. ¿Qué puede ser? Yo no le he hecho nada; algo se le habrá metido en la cabeza. Si alguien me pidiese prestada alguna herramienta, yo se la dejaría enseguida. ¿Por qué no ha de hacerlo él también? ¿Cómo puede uno negarse a hacer un favor tan sencillo a otro? Tipos como éste le amargan a uno la vida. Y luego todavía se imagina que dependo de él. Sólo porque tiene un martillo. ¡Esto ya es el colmo!» Así nuestro hombre sale precipitado a casa del vecino, toca el timbre, se abre la puerta y, antes de que el vecino tenga tiempo de decir «buenos días», el hombre le grita furioso: ¡Quédese con su martillo, desgraciado! ¡No tenía intención de pedírselo!». [He modificado ligeramente este texto del libro ‘El arte de amargarse la vida’ de Paul Waltzlawich; el chiste tiene múltiples versiones disponibles en internet]
Bendito humor, con el que podemos reírnos de nuestra locura:
Paciente: Mi mujer piensa que estoy loco porque me gustan las salchichas.
Terapeuta: ¡Qué disparate! A mí también me gustan las salchichas.
Paciente: ¡Bien! Debería venir a ver mi colección. Tengo cientos de ellas.
Sigamos con el humor y entremos en materia: la consulta terapéutica. Esto ya empieza a escocer algo más.
¿Qué diferencia hay entre una persona malvada y una perversa?
Tres horas de consulta.
No digamos del papel de lxs terapeutas:
¿Cuántxs terapeutas hacen falta para cambiar una bombilla?
Solo unx…, pero la bombilla tiene que QUERER cambiar.
Y ya si son psicoanalistas…
¿Cuántxs analistas hacen falta para cambiar una bombilla? Dos. Uno para sostener la bombilla y el otro para sujetar el pene… ¡quería decir la escalera!, quise decir «escalera».
Sigmund Freud decía que «todo chiste, en el fondo, encubre una verdad.» La verdad del psicoanálisis da para muchos chistes. Claro que la gestalt también se lleva lo suyo. Atención a esta historia:
Tres hombres que se orinan en la cama deciden acudir a terapeutas de corrientes diferentes para que les solucionaran el problema. Al cabo de cinco años, se reencuentran. A los tres se les ve muy bien. Finalmente entran en detalle y comparten cómo consiguieron solucionar su problema común:
El primero dice: «¡Estoy encantado con el psicoanálisis! Me sigo haciendo pis ¡pero ahora ya sé por qué lo hago!»
A continuación, el segundo comenta: «Uy, a mí me fue estupendamente con el conductismo. Sigo haciéndome pis en la cama, pero ahora utilizo pañales, y tan campante».
El tercero, que había acudido a terapia gestalt, explica: «Yo me siento muy bien conmigo. Sí, me sigo meando encima, pero ¿sabéis qué? ¡Ya no me importa!»
Viva el humor. Viva la terapia.
Foto principal de Caitlin Reagan
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