Imagina que te compras una planta de exterior y la plantas en un terreno, en un lugar en el que le da el sol. A continuación, compras una tapa de cristal en forma de media esfera que la cubre por completo; la aíslas. Y ahí la dejas sin volver a ocuparte más de ella. ¿Qué dirías que ocurrirá con la planta? Eso mismo hacemos muchas veces con nuestros sentimientos.
En una sociedad que empieza a reconocer la necesidad de incluir la inteligencia emocional entre las competencias educativas, la mayoría hemos crecido con unas carencias en este ámbito que responden a una mente patriarcal, cuyas señas de identidad son la autoridad, el individualismo y la voracidad. Todo conduce a una pérdida de la conexión con unx mismx. Esa interrupción del contacto interno genera una coraza que oprime y limita nuestro mundo emocional, una coraza que la bioenergética señala como muscular.
Así, encarcelamos la flor (nuestra parte emocional) bajo una cúpula de forma que no le llega agua y poco a poco va secándose. Es lo que nos pasa cuando no podemos llorar los duelos, sean del tipo que sea: una persona que se muere o marcha, una etapa vital que acaba, un proyecto que no sale adelante y que solo queda despedir, la esperanza de algo que no fue, ni probablemente será (hablaremos de esto). Cuando no lloras la tristeza (entre otras emociones), te vas secando internamente. La sensación es de que la vida pierde el sentido, el sentido interno y profundo, porque si no lloramos no regamos la tierra. Y sin agua, nos quedamos sin savia, sin alimento.
La tapa de cristal, que se adentra un palmo bajo la superficie, también priva a la planta del acceso a la tierra que la rodea. Las raíces necesitan, además de los nutrientes necesarios para la savia bruta, de una extensión para poder sostener a la planta y protegerla de las sacudidas del viento. Sin poder arraigarse, la planta no podrá crecer, no podrá ocupar su lugar, ni permanecer lo suficientemente firme ante las inclemencias del tiempo.
Lo mismo nos proporciona la emoción de la ira y su familia (enfado, rabia, furia…). Es la emoción que nos ayuda a poner los pies en el suelo para coger impulso e ir hacia adelante, en defensa de lo nuestro (sea algo tangible o no) o de una idea, norma o principio. Las emociones agresivas nos ayudan a marcar los límites de nuestro espacio (exterior e interior), a frenar los intentos de invadirlo o acometer reajustes cuando ya ha sido invadido. Sin las emociones que nos conectan con el instinto resulta más fácil tambalearnos, navegar según el sentido del viento, ceder pasivamente ante los acontecimientos que ocurren. Nos tumban, y no nos sentimos con fuerza para sostenernos, ni defender nuestra persona.
Volviendo a la tapa de cristal, que sigue sin moverse ni un ápice, con el paso de las semanas va ensuciándose, acumulando una capa de polvo cada vez más gruesa, hasta transformar la cúpula transparente en una opaca. La planta se queda sin recibir los rayos del sol. Da igual que sea invierno a que sea verano; que el cielo esté despejado o encapotado. Nada. Para la planta todos los días son iguales: grises. Se priva así de una alegría espontánea y genuina, ese brillo que desaparece de nuestras vidas cuando nos quedamos atascadxs con una experiencia que no conseguimos atravesar emocionalmente. Los motivos de felicidad se esfuman, la vida pierde sentido. ¿Reconoces este momento?
¿Y si vivimos sin cúpula?
Quizás recurrimos a la coraza por temor a que nos desborde la tristeza y nos ahogue porque no pare de llover. O pensamos que la coraza evitará que nos descontrolemos con la rabia y las raíces se desmadren, porque si esto ocurriera nos transformaríamos en un octopus que va asesinando a media población con una eficacia que ya quisiera Godzilla para sí.
A veces hay experiencias de personas conocidas que parece que apuntan en esta dirección, que vemos que sí lloran y se enfadan, y que eso no les ayuda a estar mejor porque siempre están llorando y enfadándose. Pero generalmente se trata de personas que quedaron atascadas en la emoción, y por tanto no están pudiendo atravesar la emoción. La diferencia entre atascarse y atravesar la marca el control de la mente (excluyo casos con trastorno de psicopatología, ámbito que apenas conozco). Sobre el asunto de la mente y su incidencia sobre las emociones ya me referiré más extensamente en otra entrada.
La realidad es que sostener la coraza emocional nos priva de disfrutar de los días en los que luce el sol, nos impide vivir de una forma más plena. La viveza de los colores de las experiencias de cada día se apagan, de la misma manera que las personas que fuman ven mermada la capacidad de percibir los sabores y olores.
Ni la lluvia (tristeza) se va a transformar en el diluvio universal, ni las raíces (ira) van a ansiar más y más minerales, teniéndolos a su disposición. Las emociones están para ser transitadas. Porque, básicamente, las emociones están. Que no estén, no es una opción. Y cuando puedes estar con tus emociones, fluyen como un río abriéndote al nuevo momento, que vendrá con otra emoción.
Ojo, atravesar las emociones no quiere decir necesariamente romper a llorar delante de todo un auditorio, o empezar a romper los cubos de basura del vecindario. Atravesar una emoción quiere decir sentirla, dejarla sentir en ti, hasta donde puedas, respirarla.
Y eso requiere permitir algún tipo de expresión de la misma. Expresión para que la emoción viva en ti, no se quede anclada, sino que se ponga en movimiento. Expresión para sacarla, atravesarla: expresión son lágrimas, gritos, canto, golpes a un cojín, dibujos, escritos, danza… Mucho mejor si es en un espacio que garantice tu indagación de forma libre, sin juicios, y de forma segura. Por ejemplo, espacios terapéuticos (sean en terapia individual o en grupo). La esencia es aceptar la emoción, respirarla, atravesarla. Solo así puedes retirar la tapa de cristal y volver a respirar aire fresco.
Porque rechazarlas, negarlas, en definitiva, recurrir a la cúpula no te va a ayudar a pasar situaciones difíciles de tu vida. Antes bien, te secará, te hará más vulnerable y dependiente de los acontecimientos externos, y te privará de darte cuenta de que, por fin, amanece y empieza un nuevo día.
Fotografía de Parée
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