Una sociedad con conciencia de la mierda en la que se enfanga tiene dos opciones: puede elegir seguir igual o bien reivindicar algo más saludable para sí. En realidad, la segunda opción conlleva la primera en todo proceso profundo de cambio. Ocurre en terapia: cuando quieres modificar algún aspecto de tu vida, primero te percatas del mismo, amplificas la percepción de lo desagradable que es eso que sigue pasando o sigues haciendo (desagradable en tanto en cuanto es algo que quieres modificar en tu vida). Es una fase en la que, a veces, llegas a pensar que no vas a poder cambiarlo, y los intentos parecen en vano. Todo sigue igual. En realidad, lo que toca es enterarse bien de lo que pasa. Con el cuerpo y con la emoción. a veces, lo que falta es enterarse con la cabeza. En definitiva, poner conciencia y poco más.
Lo contrario, no tomar conciencia de lo que ocurre suele conllevar la búsqueda de soluciones que responden más a referentes ajenos (lo que alguien espera de mí, me sugiere o lo que alguien censuraría en mí), reacciones todas desconectadas de la propia necesidad.
En el siglo XXI, atravesamos un proceso de concienciación sobre lo corrompido que está el sistema capitalista. Ese percatarse genera reacciones diferentes según respondamos desde la cabeza, la emoción o el cuerpo. En el caso de los dos primeros, produce incredulidad e incomprensión, y lamento y frustración. Nos damos cuenta del fango de mierda y no hacemos nada. Respecto al cuerpo, cuando se sostiene este percatarse de la corrupción extendida (cuando eres capaz de permanecer atendiendo a «la mierda» y respirando a la vez), la energía baja hasta las vísceras del abdomen y la pelvis. Y ahí es cuando contactamos con el instinto animal, esa energía culturalmente reprimida y demonizada en beneficio de la dictadura de la cabeza (y pese a esto, o precisamente por esto somos la especie que más se esfuerza por deteriorar el medioambiente del que tanto dependemos y que extermina a sus congéneres como ninguna otra).
Es en el instinto donde podemos rescatar nuestro impulso de supervivencia, donde más contundente resulta la experiencia de lo desagradable, donde tocamos suelo y encontramos apoyo para alzarnos y salir del fango. Pero un instinto desconectado de la emoción y la mente puede desembocar en algo destructivo y violento. Acabar con lo que no sirve puede ser una solución a corto plazo. La cuestión de fondo es qué queremos construir a cambio. Por tanto, ¿qué hacer a partir de ahí?, ¿cuál es el siguiente movimiento?
«Aquel que quiera cambiar el mundo debe empezar por cambiarse a sí mismo», advertía Sócrates. Es en la transformación individual donde se siembran semillas para un cambio trascendente en la sociedad, enriqueciéndose lo social de lo individual y viceversa (el todo es mayor que la suma de las partes). Invariablemente este cambio precisa de un encuentro con la esencia de cada unx, el reconocimiento de la individualidad que abre a ese camino transpersonal en el que el rescate de las necesidades negadas lleva a la constatación de las diferencias personales. Solo desde la conciencia de las diferencias, desde la definición de los límites, resulta posible reconocer lo que nos une, en qué somos iguales.
Y es en este viaje individual donde la salud de lo instintivo debe ser restituida para configurar, junto a la integración sana de lo emocional y lo mental, el camino de la dignidad. ¿Cómo desarrollar la salud en lo instintivo, lo emocional y lo mental? Para mí, la clave está en lo que Claudio Naranjo nombra como la teoría de los tres amores, y que en el libro La sociedad patriarcal describe como «las formas de amar características de nuestro triple Yo interpersonal», en referencia a las figuras internas de madre, padre e hijx. En dicho texto las explica brevemente. Recojo sus palabras a continuación, comenzando por el amor instintivo o erótico:
El eros, como hemos visto, es el amor de nuestro yo animal, que vive a través de nuestro niño interior, que busca la felicidad, prefiere el placer al dolor y necesita libertad.
Necesitamos complacer nuestros deseos y también necesitamos de la libertad. Ambos aspectos forman parte de este amor que Claudio identifica con la figura de niñx, el amor erótico, un amor más instintivo, un amor hacia el ‘yo’, donde hay permiso para el juego, lo placentero, la felicidad.
Y sigue con el amor filial:
Obviamente, la compasión y las formas más cotidianas de la empatía benevolente constituyen nuestro aspecto materno, que es [la] voluntad de satisfacer las necesidades de un prójimo.
Con la figura de la madre relaciona el amor bondadoso y más emocional, el amor empático y benevolente, un amor hacia el ‘tú’, un amor que atiende y cuida de la persona de al lado, de aquellxs con quienes tenemos un vínculo o de quienes percibimos como necesitadxs, frágiles y vulnerables.
Respecto al tercer amor indica lo siguiente:
El amor admirativo, en cambio, que es el respeto al otro, lo valora; la veneración se acompaña de un inclinarse y se desarrolla en el niño ante el padre, a quien toma por modelo y sigue. Es en relación a él como aprende la adoración de lo divino y la devoción a ideales.
Éste es el amor a ‘él/ella’ (frente al ‘yo’ instintivo y ‘tú’ filial), valorizante, amor a lo ideal, intelectual, y que Claudio vincula con la figura interna del padre. Como indica en este otro artículo, para Naranjo el amor admirativo «mira al cielo», el instintivo «mira a la tierra» y el amor compasivo o filial «mira a la cría».
Es con el nutrimiento de estos tres amores como podemos rescatar nuestra dignidad, vivir como seres dignos con derecho a ser felices, a desarrollar el gozo más instintivo, el gozo emocional del encuentro compasivo y bondadoso, y el gozo ante la contemplación y comprensión de lo sublime (no hay que pensar en marcianos al mencionar el amor admirativo; Claudio sugiere desarrollarlo a través de la música).
¿Cómo construir este camino?
El sistema educativo anda a kilómetros de una propuesta que integre estos tres aspectos del amor. Centrado en lo cognitivo (y memorístico), ahora la educación más institucionalizada empieza a abrirse tímidamente a lo emocional. Y menciono lo educativo porque si ampliamos la mirada a toda la sociedad, la lectura de estos tres amores es aún más dramática: existe un susto brutal con respecto al amor benevolente, mientras que el admirativo queda falseado y viciado por los aspectos patriarcales de tinte militar y eclesiástico, sustentados a base de fuerza, violencia y castigo. El amor erótico, por su parte, queda desechado, siendo catalogado de alimento para mentes perversas y personas libertinas, con un desprecio y juicio social (así como hipocresía) de tal calibre que la vivencia no encorsetada de la sexualidad y el deseo erótico irremediablemente conlleva un peaje: el de la culpa.
Así que, de nuevo, es en unx mismx donde estas barreras que responden a conceptos impuestos y ajenos a las necesidades propias pueden ser más fácil y exitosamente cuestionadas. Es en el trabajo conmigo donde puedo sembrar semillas que den los frutos de los tres amores. ¿Dónde está el amor erótico en mi vida? ¿Cómo me lo doy? ¿Cómo me lo garantizo? ¿Me legitimo mi necesidad de felicidad y placer? ¿Y el amor compasivo, la mirada de reconocimiento de la herida ajena? ¿Me conformo con echar balones fuera, descalificar, quejarme o puedo hacer un ejercicio de mirar más allá? ¿Cómo miro a mis necesidades? ¿Cómo me acompaño en mi propia vulnerabilidad? ¿Y qué hay del amor admirativo, el cultivo de esa mirada dirigida hacia el cielo, a lo transpersonal y a la excelencia del ser humano? ¿Qué ideales deseo investigar, incorporar a mi vida? ¿Cómo es mi capacidad para valorar mis logros y los de quienes aprecio, incluso los logros de las personas que me producen rechazo?
Son preguntas con las que planteo propuestas sobre cómo potenciar los tres amores, pero en realidad este camino tiene sentido desde la experiencia gratificante que otorga el incorporar el erotismo, la compasión y la admiración a la vida. Si son tres desconocidos, entonces elige uno, bien el que te resulte más asequible o el que sientas que te es más extraño. Somos instinto, emoción y mente, así que desarrollar los tres otorga una vivencia más gratificante de la propia existencia.
En verdad crecemos con la sed de estos tres amores, a veces en distinto grado y con exceso de algunos: sed de erotismo, sed de compasión y sed de admiración. Cuando integramos esta tríada es cuando construimos de verdad un camino donde sentirnos dignxs, donde demostrarnos nuestra dignidad y donde llevarla al mundo, para que la sociedad que queremos para el futuro, y que ya estamos construyendo hoy, sea una digna comunidad.
Fotografía de r2hox
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