Hace unas semanas se hizo muy popular en las redes sociales una fotografía de un vestido azul y negro (y digo esto porque la firma que diseñó la prenda aclaró que ésos eran los colores que había utilizado). Sin embargo, el vestido era percibido como blanco y dorado por algunas personas. La iluminación del entorno desde donde se observaba la imagen parecía tener alguna implicación (si la iluminación incidía directamente o no sobre la pantalla donde se reproducía la foto), pero, con todo, las diferencias perceptivas persistían incluso cuando se observaba la imagen en el mismo contexto: había quien veía el vestido con unos colores, y quien lo veía con otros distintos.
Precisamente no hace mucho tiempo le escuchaba al médico y terapeuta gestalt Luisfer Cámara defender que la ciencia no es capaz de demostrar que, por ejemplo, ese color rojo que una persona está viendo en un objeto, es idéntico al color rojo que otra persona ve. Al final, hablamos no de la realidad, sino de la experiencia de la misma que tiene lugar, en este caso, en el cerebro donde se forman las imágenes que llegan a través de la información que captan las células sensibles a la luz, ubicadas en los ojos. Como yo percibo ese color rojo es distinto a como tú lo percibes, de la misma manera que un vestido puede ser percibido azul y negro, o blanco y dorado (¡por increíble que resulte!).
Lo que esta fotografía puso de manifiesto es lo presente que está la subjetividad en las experiencias cotidianas. Y esta idea resulta desconcertante para la mente racional, tan dependiente de verdades absolutas e inamovibles. La mente racional reinvindica la posesión de «la verdad» sin ningún atisbo de duda. Y sin embargo, la realidad nos demuestra que no somos capaces de ponernos de acuerdo ni con los colores de una prenda de vestir. Si un vestido puede generar tal discrepancia, ¿cuántas «impresiones de verdad» dispares pueden generarse ante acontecimientos mucho más complejos donde el hecho objetivable es difícil de abarcar desde un único punto de vista?
¿Cómo es la realidad?
Los humanos contemplamos la realidad de una manera egocentrista. Es inevitable porque no tenemos experiencia de la realidad como si fuéramos otros animales. Pero sí olvidamos que otras especies poseen una experiencia de la realidad diferente a la nuestra. Así, lxs perrxs tienen una capacidad olfativa muy superior a la nuestra, y en su realidad los olores adquieren una relevancia muy superior, con matices imperceptibles para nosotrxs, como por ejemplo reconocer quién ha pasado por este lugar (o al menos cómo es su «perfume natural») hace un día o reconocer el olor a matorrales que están siendo quemados a kilómetros de distancia.
Aún más ajena nos resulta la percepción que murciélagos, delfines y otras especies tienen del mundo a través de la ecolocación, esa capacidad para identificar la distancia que hay respecto a un objeto, a través de la emisión de un sonido y el tiempo que tarda en retornar el eco del mismo (lo más familiar a eso es el uso de esta técnica en los submarinos). De momento, no hay estudios fiables que demuestren que la raza humana posee esta capacidad.
En definitiva, sabemos que nuestros sentidos son limitados, que nuestra capacidad perceptiva no registra toda la realidad, todo lo que ocurre y se da a nuestro alrededor. Y sin embargo, crecemos con la convicción de que «tal y como es para nosotrxs, tal y como es la realidad». Y eso que la Tierra era plana, las estrellas giraban alrededor de nuestro planeta, etcétera, etcétera. La ciencia ha venido reformulando sus paradigmas una y otra vez en cuanto constata que «la realidad» no encaja en la Realidad, pese a lo cual seguimos creyendo que nuestra idea de la realidad sí abarca toda la realidad.
La ciencia, interesada en demostrar que la realidad objetiva existe, se viene topando con resultados inquietantes desde hace décadas. Así, en la física cuántica abunda la hipótesis de que la realidad, los hechos observados, no es ajena a quien la observa. Es decir, quien observa afecta a lo observado. La observación intencionada limita las potencialidades. Y hay experimentos que apuntan en esta dirección, es el llamado «efecto observador», publicados en una de las revistas científicas más prestigiosas, Nature (si te interesa esta cuestión, no te pierdas este vídeo sobre física cuántica, donde explican este experimento de forma sencilla). Dicho experimento fue replicado por el doctor Dean Radin, con resultados similares. Radin explica en la introducción del mismo:
La medición cuántica es un problema ya que viola la doctrina comúnmente aceptada del realismo, que asume que el mundo en general es independiente de la observación. El conflicto entre el realismo ingenuo y lo que implica el problema de medición cuántica obligó a muchos de los pioneros de la teoría cuántica a considerar el significado de observación y medición. Algunos como Pauli, Jordan y Wigner creyeron que algún aspecto de la conciencia –refiriéndose a capacidades mentales como la atención, la alerta y la intención– eran indispensables para entender la medición cuántica. Jordan escribió: “Las observaciones no sólo perturban lo medido, lo producen… Provocamos que el electrón asuma cierta posición definida. Nosotros mismos producimos el resultado de la medición”.
¿La conclusión de este enfoque científico? La materia se ve afectada por la conciencia.
¿Quién tiene la verdad?
Indaguemos ahora en un plano más próximo, entremos en el territorio de las relaciones humanas. Numerosas de las discusiones que se producen, con mención especial para las de pareja, tienen que ver con el deseo de imponer la realidad que unx de las dos personas experimenta, sobre la realidad de la otra persona. Así, son cotidianas las frases «yo tengo razón», «eso no es verdad» y otras variables en las que no se contempla la posibilidad de una realidad lo suficientemente amplia como para que haya espacio a las distintas experiencias subjetivas que las dos personas tienen de la misma.
Por supuesto, en discusiones encendidas las personas podemos decir barbaridades (a veces mentiras, a veces agresiones contra la otra persona), pero en un plano más profundo el conflicto se mantiene bajo la idea loca de que la verdad solo puede ser o como yo la experimento o como tú la experimentas. No hay cabida para una vivencia distinta del mismo hecho. Y esto tiene una doble consecuencia trágica en las relaciones:
1) por una parte, se descarta que lo que la otra persona ha vivido como «realidad» sea así, que no puede ser igual de experiencia subjetiva que la propia experiencia subjetiva que tiene unx del hecho concreto. A nivel afectivo, el efecto de esto es que, al considerar que la otra persona no tiene razón, desestimamos sus emociones, las consideramos ilógicas, injustificadas y desmedidas. Y no podemos atender a sus necesidades. Y esto produce no solo un desencuentro en el plano cognitivo, referido al asunto de la discusión, sino también un distanciamiento en el plano afectivo de la relación, en el vínculo de las dos personas.
2) la segunda repercusión posible al no contemplar la legitimación de distintas experiencias subjetivas dentro de una realidad más amplia, es que necesitemos que la otra persona valide nuestra «verdad». Es decir, si solo hay una verdad, y la otra persona está muy segura de la suya, entonces querrá decir que yo no estoy en lo cierto. De manera que la idea de una única verdad nos puede llevar a depender de que la otra persona reconozca nuestra percepción o, incluso aún peor, a renunciar a nuestra experiencia subjetiva cada vez que ésta no coincide con la de otra persona. Esta opción es aún más dramática que la primera consecuencia, al implicar la renuncia a la propia vivencia, y por tanto la renuncia a las sensaciones intrínsecas que nadie salvo unx puede identificar con claridad. A nivel afectivo, la consecuencia aquí es que damos la espalda a las propias emociones y necesidades, ya que no disponemos de la capacidad de autoapoyarnos en nuestra vivencia.
Dice la física cuántica que la conciencia afecta a la experiencia de la realidad. ¿La falta de conciencia también? Claro que sí, es el filtro afectivo.
Toda experiencia perceptiva (relativa) va acompañada de una vivencia emocional subjetiva, unas gafas con las que contemplamos la vida y que vienen diseñadas en base a factores como la herencia genética y las experiencias biográficas. Así, ante determinadas circunstancias nos resulta más fácil empatizar por una persona que por otra, y un conflicto nos resultará más o menos desestabilizante en función de si nos conecta con experiencias previas que fueron emocionalmente traumáticas, sobre todo en la infancia, aunque no solo.
En muchas ocasiones, lo que un conflicto genera no tiene tanto que ver con el asunto «real» que esté ocurriendo en la situación presente (es decir, algo que cualquier persona pudiera confirmar observando dicha escena), sino más bien con la propia experiencia subjetiva de esa situación.
¿Quiere esto decir que hay que obviar lo subjetivo que unx mismx pone en un conflicto? ¿Hay que renunciar a la subjetividad como vivencia y argumento en un desencuentro? No, eso se antoja imposible, pero la primera responsabilidad es la propia a la hora de identificar heridas que arrastramos de nuestra vida. Cuando esas heridas pueden limpiarse y sanarse (y en eso consiste un proceso terapéutico), se viven de una manera mucho más ligera y desprendida los acontecimientos que puedan relacionarse con dramas del pasado. Estar al día con los asuntos no resueltos de la propia vida, permite una mirada más limpia y presente de lo que ocurre en el momento.
La subjetividad en la educación de lxs niñxs
Por tanto, propiciar un ambiente de respeto a la subjetividad en la infancia permite que lxs peques vayan confiando en su propia experiencia, que es valiosa (aspecto esencial para su autoestima) y propicia que desde ahí tengan una conexión directa con sus propias necesidades. A efectos prácticos, por ejemplo, a la larga esto alienta a lxs niñxs a ensayar el juego de poner límites, que es su capacidad a decir «no» o «basta» ante situaciones que les resulten desagradables. Pero para que lleguen a ese escalón, necesitan antes tener un contacto saludable consigo mismxs. Y eso precisa de crear un espacio donde pueda convivir su experiencia subjetiva con la de otras personas, sin que tengan que colisionar por el hecho de ser diferentes.
Por ejemplo, en una habitación tienes calor y a tu lado un niño está con jersey. «¿Te lo quito, que hace calor?», preguntas y él responde que no. «Anda, que sí, que hace mucho calor. Mejor te lo voy a quitar que así vas a estar más fresquito, ¿eh?». Aquí ya estamos privando al niño de contactar con la capacidad de su organismo para que tome conciencia de su propia sensación de calor, y desde ahí tome la determinación para o bien quitarse una prenda o pedir ayuda para quitársela. Pero, ¿y si está abstraído con un juguete o la tele y vemos que sus mofletes se ponen rojos y empieza a sudar? Entonces se le puede señalar lo que vemos: «veo que empiezas a sudar y que tu cara se está poniendo colorada. ¿Deseas quitarte alguna prenda o estás bien así?» De esta manera, permitimos que explore su propia experiencia. Y si llegado el caso, consideramos que es imprescindible actuar por el bien de su salud, tomamos una decisión, eso sí, validando su experiencia subjetiva, sin cuestionarla. «Para ti no hace calor, y para mí hace bastante. Me inquieta la posibilidad de que te puedas marear. Así que prefiero que te quedes en manga corta. Si después no estás a gusto, lo revisamos, ¿de acuerdo?». En definitiva, se trata de abrir un espacio donde lxs peques puedan explorar su subjetividad, donde no haya una imposición férrea, ni una dejadez laxa que tienda hacia la desatención.
Por cierto, este ejemplo del calor y frío pudiera resultar absurdo, pero recordemos que la experiencia de la temperatura ambiental es subjetiva para cada persona. Hay quien puede dormir en invierno con la ventana abierta, y quien necesita echarse encima dos nórdicos al acostarse; quien sale a pasear en manga corta con los primeros rayos del sol, y quien sigue con el sayo hasta el 40 de mayo, ¿no?
Este misma cuestión podríamos aplicarla al hablar de emociones. Si una niña llora porque acaba de romperse un juguete suyo y le decimos: «no llores, no es para tanto», o «es una tontería, te compraré otro» o «¿por esto te pones a llorar? ¡No hay quien te aguante!», de nuevo estamos cuestionando, criticando y censurando su experiencia emocional de la situación.
A los ojos de una persona adulta puede ser ridículo llorar porque se rompa un objeto (pregunta del millón: ¿cuál fue tu reacción emocional tras perder o romperse tu móvil? 😉 Pista: quizás no lloraste porque de pequeñx ya te extirparon la libertad subjetiva para llorar). Para lxs peques, un juguete es algo muy valioso a lo que le pueden otorgar un valor de compañía, propiedad, bienestar y permanencia, entre otros. Todos esos aspectos se tambalean ante la pérdida de su juguete, y sobre todo en referencia a cómo es la vida misma. Y habrá niñxs que lloran, otrxs se ponen triste, otrxs que se enfadan… Y ninguna reacción emocional es más correcta o incorrecta que las otras. En la medida en que puedan ser validadas («le tenías mucho cariño a tu juguete y ahora ya no vas a poder jugar más con él»), sin añadirle dramatismo, con calma, lxs niñxs aprenden a sentir que tienen derecho a emocionarse, que no hay nada malo en ello, y además a que sus emociones son respetables. Lo único que necesita una emoción es ser expresada. Una vez se satisface dicha expresión, la persona pasa a otro momento distinto y deja atrás ese altibajo.
En la medida en que cultivemos el respeto a la propia subjetividad desde las primeras etapas vitales, la persona crecerá con una mejor conexión consigo, adquirirá confianza en sí, y además se ahorrará la tortura de entrar en los laberintos sobre quién lleva la razón, quién no, cómo hago para convencerte de que la llevo yo. Tú tienes tu experiencia de realidad, yo tengo la mía. Y ahora nos falta por comprobar si podemos entendernos en esto más amplio, que es la Vida misma.
Fotografía principal de Oğuzhan Abdik
PS. ¿Vaso lleno o vaso medio vacío? No, aún mejor: ¿la flecha señala a la derecha o a la izquierda? Pues… según si el vaso está vacío, medio vacío, medio lleno o lleno. La percepción no es infalible a las ilusiones 😉
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