Despierta, increpa el despertador. Apagas sus gritos. Boca reseca, con sabor al sueño que te acaba de acompañar. Abres los ojos, y empiezas un nuevo día.
Buenos días. Malos días. El ruido de la realidad te sacude de la cama. Te giras arrastrando el edredón hasta casi tapar tu cuerpo entero. Intentas dormir un poco más. Hoy no te apetece amanecer.
Buenos días. O buenas noches. Conseguiste dormirte hace poco. El cuerpo cansado te quema. No, es la cabeza la que arde. En la radio, Norah Jones canta ‘Sunrise’. ¿Cómo se hace para que el cuerpo afloje sin tener que medicarse?
Buenos días. No hay despertador, no hay agotamiento. Tu balsa sigue acercándose hacia la orilla del mundo real, mientras te despides de Morfeo, y las aventuras que has recorrido en las últimas horas. Te estiras. Adelante con la nueva jornada.
Y luego está el amanecer que supone una de las primeras marcas en nuestra vida. La primera vez que asomaste a un nuevo día. El momento en el que el mundo te deslumbró con su frío, destellos y ruido. El día en que naciste. ¿Lo recuerdas?
No, y en general disponemos de muy pocos datos de nuestro nacimiento. Si fue un parto fácil o difícil, rápido o largo, con anestesia o sin ella, con cesárea o vaginal… Son datos que aportan algo de información sobre la intensísima experiencia que ya es, de por sí, el hecho de nacer. Puede llegar a ser la experiencia más traumática de nuestra vida, según apunta Kylea Taylor en un libro sobre la respiración holotrópica (no traducido al castellano):
El nacimiento es una crisis de supervivencia para cada ser humano. Es la primera experiencia de muerte y de renacimiento que tiene nuestro organismo. De hecho, acabamos nuestro tiempo como feto (morimos) y empezamos la vida como un bebé que respira (nacemos), que es un organismo totalmente diferente. […] El feto está físicamente conectado con la madre, que también está experimentando una amenaza vital. A través de la bioquímica, de las emociones y del enlace con la placenta, el feto también experimenta todo lo que hace la madre durante su nacimiento.
‘The Breathwork Experiencie’ (Kylea Taylor)
Pero, ¿acaso queda algún registro de esta experiencia en nosotrxs? ¿Puede realmente marcarnos de cara a nuestra vida futura? En el libro arriba citado, Taylor destaca que en estudios realizados con organismos unicelulares se ha comprobado cómo los recuerdos (que generan respuestas condicionadas) no necesitan un cerebro o sistema nervioso completo para darse. Esta realidad abre la vía a una memoria celular que iría más allá de nuestro sistema cognitivo, en la que quedarían impresas las huellas de acontecimientos relevantes.
Trabajos con estados ampliados de conciencia como la respiración holotrópica y los renacimientos, así lo constatan. En los mismos, algunxs participantes tienen la experiencia de revivir su nacimiento. Al escepticismo posterior con el que analizan lo vivido, le sigue una contrastación: quien puede, pregunta a su madre o familiares en busca de datos… para descubrir que, efectivamente, su salida al mundo fue así.
¿Todavía más atrás?
Hasta la llegada del psicoanálisis, la psicología no se planteó que la etapa infantil pudiese ser tan relevante en la vida de una persona. Las experiencias tempranas, la relación con padre, madre y/o tutorxs permitían explicar algunos aspectos del comportamiento del ser humano, conseguían dar sentido a la neurosis. En la Gestalt, hablamos del ciclo de necesidades. Si una necesidad no se satisface, éste ciclo queda sin resolver, y seguirá presentándose de diversas maneras en nuestra vida hasta que podamos cerrarlo. En palabras de Cristobal Jodorosky, «un conflicto no resuelto es como un disco rallado; no te permite pasar a la siguiente canción».
Pero ¿podríamos acumular conflictos pendientes de antes de la infancia? ¿Puede nuestro organismo quedarse bloqueado, empezar a registrar tensiones por experiencias muy traumáticas a las que no sabe cómo dar respuesta, situaciones ante las que no posee control alguno y su única opción es aceptarlas con el dolor que conlleva? Eso apunta Wilhelm Reich, al sostener que los bloqueos psíquicos se corresponden a contracciones musculares crónicas.Su discípulo Alexander Lowen, construiría a partir de ahí la bioenergética.
Así que si la memoria celular existe, y al nacer ya somos un organismo pluricelular, podemos concluir que nuestro cuerpo se entera muy bien del nacimiento, por más que no lo podamos recordar en el estado cotidiano de conciencia. De ahí que, si tienes información sobre cómo fue para tu madre tu período prenatal, en qué andaba ella, qué tipo de parto tuviste, y descubres que fue complicado, te puede venir bien alguno de los trabajos citados.
Abordar estas etapas no tiene por qué resultar traumático. Muy al contrario, puede ser fácil, gracias a que cada vez existen más terapias que ayudan a limpiar bloqueos de experiencias tan tempranas. Un ejemplo de técnica suave a la vez que profunda es el masaje metamórfico, que cobró forma tras los beneficios que propiciaba en niñxs con discapacidad, ayuda a liberar «memorias prenatales» bloqueadas. De ahí que sea muy recomendable para mujeres embarazadas, de manera que puedan acompañar su nuevo proceso sin que la memoria de sus células se mantengan alerta ante posibles experiencias traumáticas vividas en el útero materno o bien en el alumbramiento.
De igual manera, todas las investigaciones citadas empiezan a dejar su impronta en las instituciones médicas oficiales. Así, la Organización Mundial para la Salud defiende la importancia del contacto temprano piel con piel entre las madres y sus recién nacidos puesto que «reduce los llantos» y «mantiene más caliente al neonato», entre otros beneficios reconocidos. También se empieza a priorizar el bienestar de la madre y del bebé. Así la Federación de Asociaciones de Matronas de España reconoce que, en nuestro país el modelo de atención al parto está caracterizado por «un grado de medicalización e intervención que se ha demostrado excesivo e innecesario en la mayoría de los casos». Su apuesta por los partos normales, es paralela a la introducción de técnicas y posturas de parto que ayuden a la parturienta a estar más relajada y a facilitar el alumbramiento, el cual pueda resultar menos traumático para la criatura que va a nacer.
El final del túnel
Como ves, esta entrada es muy corporal. La Gestalt otorga mucho crédito al organismo y a su forma de hablar, más allá de la palabra. Cuerpo, mente y emoción están conectadas, integradas en nuestra persona. Y el acceso a través de cada una de ellas moviliza a las restantes. Pero en etapas en las que nuestra inteligencia se limita al plano senso-motor (y eso ocurre en nuestros dos primeros años de vida), llegar a sus bloqueos resultará más fácil a través del cuerpo físico.
Dicho lo cual, puede que nuestro nacimiento quede ya muy atrás, pero hay otra experiencia en la que salimos de la oscuridad para asomarnos al mundo. Y es cada nuevo despertar, cada amanecer (o atardecer o anochecer, que en los tiempos modernos hay turnos las 24 horas del día) en el que sí tenemos la ocasión de dar la bienvenida a nuestro organismo, ayudarlo a despertarse, a energetizarse. ¿Por qué no recordarle que estamos en el año EROS?
Probablemente sea el acto más rutinario del día. Y sin embargo es a partir de esa la salida del túnel cuando podemos empezar a hacer nuestros sueños Realidad.
Imagen principal de John Haslam
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