Y la mente, ¿qué pinta la mente en todo esto de las emociones? Si hasta ahora hemos contemplado las emociones y la mente como dos motores distintos y confrontados entre sí, en esta entrada vamos a explorar cómo la mente puede determinar una tendencia emocional en el carácter de una persona.
Bajemos a tierra con un ejemplo: una niña que crece en la montaña y disfruta de saltar, correr, subirse a los árboles, etc., tiene una madre que le reprocha todas estas acciones, castigándola, calificándola de ser una «bestia», que no sabe comportarse como una señorita y que nunca va a encontrar a un hombre decente que se quiera casar con ella.
Más allá del tópico de este ejemplo (desafortunadamente bastante real si aplicamos ligeras variaciones en el lugar, sexo de protagonistas y motivo del reproche), si nos fijamos en la situación, vemos que la niña disfruta con todas esas acciones; pongamos que en esos momentos ella está alegre. Y aprende que toda esa serie de comportamientos que para ellavan vinculados con la alegría, todo eso tiene unas consecuencias, que es que su madre se enfada, le retira su cariño (perdiéndole el respeto, al llamarla «bestia») y puede que le siembre una idea maldita, que es que, por ser así de «bestia», cuando sea mayor ningún hombre decente se querrá casar con ella (lo cual, concluye la pequeña, por el tono de la madre, debe de ser lo peor que le puede ocurrir a unx en la vida).
Si esta escena es una reacción repetida que la madre plantea ante cualquier acto de espontaneidad y libertad de su hija, lo más seguro es que acabe influyendo en la relación que la hija tenga con su emoción de felicidad. Porque la niña interiorizará que su felicidad le genera un conflicto con su madre, la cual es una figura muy relevante en su vida. Así que es posible que empiece a reprimir estas acciones, e internamente establezca un paralelismo entre la felicidad (emoción) y el ser una bestia (concepto mental). Si algo tiene claro la niña es que ella no quiere ser una bestia (porque es cuando pierde el cariño de la madre), así que preferirá renunciar a la felicidad, e incluso acabe cogiendo cierto rechazo a ésta.
Este ejemplo no es más absurdo que muchos de los que podríamos empezar a denunciar si revisamos nuestra propia biografía. De hecho, una buena parte del trabajo terapéutico consiste en este proceso de reconocer los extraños andamios mentales con los que nuestra cabeza sostiene su construcción de nuestra persona, la vida y la relación con el mundo. Y es así como la persona empieza a poder cuestionar fijaciones, ideas locas que nos hemos tragado a veces desde mensajes explícitos, a veces desde conceptos implícitos que conviven con cada familia, con cada tribu familiar.
Estas ideas locas toman la forma de generalizaciones, etiquetas, «tengo que…», «hay que…», e implican la negación de una parte propia, la escisión de un aspecto interno, que empezamos a rechazar en un momento de la vida porque ponía en riesgo el afecto de nuestrx mamá, papá u otra figura de autoridad, a veces a través de recriminaciones, a veces a través del aislamiento, a veces a través de la retirada del alimento y la seguridad.
Y toda esta experiencia represiva se comprime en una fijación, una idea loca que encierra un aspecto nuestro que juzga como «malo». Y con ese aspecto, muchas veces quedan castigadas determinadas emociones que solo podrían respirar en ese espacio de autenticidad ahora reprimido.
Mente que inventa emociones
Pero las ideas locas no solo nos privan de una serie de emociones, sino que cubren ese vacío impuesto con otras emociones a las que arrastran, hasta producir que nos sobrealimentemos de ellas: son las pasiones. Sentimientos por los que llegamos a tener preferencia impostada, y que aparecen de forma recurrente en nuestra vida.
Por ejemplo, si una de mis ideas locas es que «yo nunca tengo suficiente, ni voy a tener suficiente», mi vida la contemplaré desde la carencia, lo que me falta, lo que siempre me falta (aquello de ver el vaso medio vacío, que no es ni mejor ni peor que verlo medio lleno: es simplemente una mirada parcial). Y si cada segundo de mi existencia llego a la conclusión de que no me basta con lo que tengo, mientras las demás personas sí tienen, y ellas sí consiguen disponer de la experiencia de «suficiencia» mientras que yo no, entonces he conseguido los ingredientes para cocinar una buena sopa caliente, de nombre envidia.
El eneagrama identifica nueve pasiones principales, cada una con tres subdivisiones que acentúan matices diferentes. Busquemos otro ejemplo: un niño que crece en un ambiente donde se le facilita las tareas y trabajos para que pueda realizarlos sin mucho esfuerzo, se intenta evitar que tenga experiencias frustrantes, y se le reconoce por sus logros y éxitos. Este niño crece con la experiencia de sentirse alguien especial para su madre y su padre, siente que es un ser privilegiado y que, como tal, merece un trato de favor, unas condiciones que no están al alcance de las demás personas.
Este niño crece, y ya siendo algo más mayor juega al baloncesto, y su privilegio se traduce en su tendencia a saltarse los límites: siempre llega tarde a los entrenamientos. Un día, su entrenador, harto de señalarle que es importante llegar a la hora en punto, decide que el chico no juegue en el siguiente partido, para que así aprenda las consecuencias de no cumplir con las normas. Y el niño, que no acepta esta decisión y la vive como una humillación, en un ataque de ira responde con un: «¡cómo no me vas a sacar a mí si soy el mejor! ¡Sin mí no podréis hacer nada!». Su equipo gana el siguiente partido. Sin él. Y él se tiene que comer su orgullo, que es su pasión.
Analicemoslo: un niño crece en un ambiente donde se privilegia su persona a través de los elogios, ahorrándole esfuerzo y flexibilizando los límites para que no tenga experiencias frustrantes (una opción, ésta de flexibilizar los límites, que no se da con otras personas de la familia). El mundo está a su servicio, así es como vive el entorno más próximo. No es uno más, es el más. Obviamente el niño no elabora un discurso sobre todo esto, sino que simplemente tiene esa experiencia con la que internamente construye el concepto de sí, el concepto del mundo y cómo se relaciona él con lxs demás. Y al construir mentalmente su fijación de que él es una persona con privilegios, cualquier límite que interfiera en su camino herirá su carácter, disparando su orgullo.
Esta pasión emocional comenzará a desinflarse cuando ese chico (pongamos que, según crece, decide sabiamente empezar una terapia 😉 ) ya joven se cuestione la idea loca de su privilegio. ¿Por qué tiene que ser él más que cualquier otra persona? ¿Por qué el resto del mundo tiene que tratarlo a imagen y semejanza de como fue criado en su infancia?
Está claro que la idea de ser alguien especial es una fijación muy suculenta. Sin embargo, una idea así es un imán de experiencias frustrantes. Porque la realidad es que todas las personas somos iguales. Salvo a lxs masoquistas, a nadie le gusta que le pisen. ¿Qué vida social, familiar, sentimental le puede esperar a una persona que va mirando por encima del hombro a las demás? De primeras puede parecer una posición envidiable, pero a poco que paremos a fijarnos en este caso, se atisba una experiencia bastante amarga y frustrante. Sostener la esperanza de que unx es especial y la vida va a seguir tratándolx así es un esfuerzo del que nuestra salud necesita prescindir.
Cualquier fijación, por muchos focos y flashes que atrape, conlleva una esperanza maldita, inalcanzable, agotadora. Y sobre todo encierra una herida que necesita ser curada.
La sobriedad del camino apolíneo
Al contrario de la vía dionisíaca, este camino es más austero, sobrio. Como explica Paco Peñarrubia en Terapia gestalt: la vía del vacío fértil, la vía apolínea consiste en «el desarrollo de una actitud voluntaria de inhibición (que supone una moralidad, un cultivo de la virtud: en nuestro caso, inhibir la conceptualización obsesiva, la manipulación y los juegos o conductas inauténticos)».
Es la toma de conciencia que se produce al observar los pensamientos automáticos, compulsivos, encadenados. Ideas locas que no responden a algo real, palpable y que se pueda percibir; ideas locas que nos encadenan a un registro emocional muy limitado y artificial.
Es en el silencio, en la quietud donde se observa cómo la mente, a través de sus pensamientos mecánicos, nos conduce hacia las emociones con las que se siente cómoda (por mucha tensión que generen en el cuerpo), bajo las que tiene sentido la versión parcial que la mente tiene de la existencia de esa persona, y que la priva de disponer del abanico universal de las emociones, atrapándola en una familia emocional predominante.
Las fijaciones son gafas con las que miramos al mundo, y que desvirtuan la realidad, transformándola en una falacia. El mecanismo neurótico de la mente alimenta nuestra mentira sentimental. Por eso, es precisamente la observación de la mente lo que nos ayudará a soltar las cadenas de la pasión emocional. Solo la atención a los movimientos del pensamiento nos permitirá quitarnos, aunque solo sea por un rato, las gafas de la enfermedad.
Este otoño inicio una propuesta grupal para el trabajo de las emociones, a través de la expresión artística, técnicas gestálticas y herramientas corporales. Para más información, haz click aquí
Fotografía principal de Brisbane City Council
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