¿Otra ración de emociones? Tras la entrada referida a la inteligencia emocional en el ámbito educativo, y la segunda, en la que planteo adquirir mayor confianza y encuentro con las emociones, ahora enfocaré cómo (diablos) podemos atravesarlas, dejando para un futuro próximo el aspecto sobre cómo la mente juega un papel esencial en este juego de los sentimientos.
Ya he hablado de la necesidad de sentir las emociones, respirarlas, vivirlas…, con algunos ejemplos que he añadido en la entrada de la semana pasada. Una emoción no acogida internamente, no expresada de alguna manera, es una experiencia que estamos cargando en la espalda, arrastrando un asunto del pasado hacia los acontecimientos futuros.
Diversas investigaciones de la psicología han demostrado la torpeza de la mente para atribuir percepciones corporales a su causa real. En la terapia ocurre constantemente: dolores de cabeza que no se sabe de dónde vienen, enfados que surgen sin motivo alguno… Buscamos bajo la farola que ilumina el momento presente, y creemos que lo que ha ocasionado esa emoción, de la que ahora nos percatamos, es algo que está frente a nuestras narices, cuando en realidad en muchas ocasiones son sensaciones que responden a acontecimientos pasados, a veces de hace mucho tiempo. Son experiencias en las que no tuvimos capacidad para percatarnos de la emoción, o bien que alguien nos enseñó que eran «normales», censurando la expresión emocional que necesitábamos emitir, y atrofiando nuestra capacidad de darnos cuenta.
Así es como con cero conciencia transferimos las emociones de una circunstancia complicada, a otra en la que resulta más fácil expresarlas: te hacen una rebaja salarial en el trabajo que te produce un enfado monumental, y esa emoción, que puede que no te atrevas a expresar en el trabajo porque te podrían acabar despidiendo, la comprimes en tu cuerpo y finalmente la acabas soltando en casa, contra tu hijx porque ha roto algún objeto, o contra la pareja o familiar porque hizo algo que no te ha gustado.
Otro ejemplo: vas conduciendo por la mañana y justo, cuando has encontrado un sitio, llega otro coche y te lo quita. La tristeza e/o impotencia que te entra te afecta sobremanera, y ya no dispones de energía para percatarte del hueco que acaba de dejar un vehículo que acaba de salir más adelante. Tú piensas que es por ese vehículo que te ha quitado el lugar, ¿pero no será en realidad la conversación del día anterior con esa persona que te dijo que estaba muy enferma? ¿O la crisis de pareja que atraviesas? ¿No será algún asunto relevante, al que no estás queriendo darle la importancia que tiene para ti, el que te está dejando sin energía?
En ambos casos, una emoción del pasado no transitada (expresada, sentida, atravesada) se vierte en una experiencia ajena (sí, que tu hijx haya roto algo que para ti es valioso puede enfadarte, pero quizás no se trata de algo tan relevante como para montar ese pollo, ¿no crees?).
Expresar es necesario; comunicar es opcional
Dicho esto, considero más saludable no tragarse la emoción y poder expresarla, aunque sea en un espacio donde quede fuera de lugar y escupiéndola, más que compartiéndola; creo que eso es menos dañino que tragarse la emoción y ahogarse con ella (otra cosa es las consecuencias que conlleve con el entorno). Lo mejor es poder aprender otras maneras de gestionar una emoción, que permita cerrar asuntos pendientes (enfado con la situación laboral), en vez de abrir otros nuevos (distanciamiento de hijx/pareja).
Pero volvamos a la expresión de una emoción. Ojo, con expresión no quiero decir que haya que decirle a quienes toman las decisiones en el trabajo lo que pensamos de ellxs. Al referirme a «expresar» una emoción, hablo de sacarla de dentro, que no tiene por qué traducirse en hacérsela llegar a quien la originó. Habrá ocasiones en que nos venga muy bien poder decirle a otra persona cómo nos sentimos con algo que nos dijo o hizo; y habrá ocasiones en que nos pueda venir muy bien… y las consecuencias que ocasione sean terribles. Así que entiéndase expresar como sacar de dentro, no como transmitir el mensaje a quien me produjo la emoción.
¿Para qué poner el acento en la expresión de la emoción cuando lo relevante es la causa?, se pregunta la mente racional. Bueno, querer hallar la causa de la emoción antes de ponerse a transitarla puede convertirse en una misión imposible. No olvidemos que la capacidad de nuestro organismo para percatarse de las emociones está atrofiada, atrofiada de dolor. La mente racional pregunta «¿y por qué?», «¿y por qué?», «¿y por qué siento esto?», confiando en que en su respuesta se halle la medicina a la emoción que nos embarga. Y no es así. Aunque el conocer la causa nos pueda servir y aliviar, solo el atravesar la emoción nos permitirá desprendernos del pasado y abrirnos a lo nuevo del momento presente. Si la mente racional desvela la causa, el recorrido queda en el pensamiento. La emoción se almacena en otro espacio, en el cuerpo. Por eso la emoción necesita ser expresada, porque así es como el cuerpo la saca de sí.
La libertad de Dionisios
Por eso en la gestalt atendemos especialmente el lenguaje no verbal: movimientos espontáneos que surgen con las manos, piernas, cambios y quiebros en la voz… Son mensajes que el cuerpo transmite cuales gritos y que, afortunadamente, quedan al margen del control de la mente racional. Es en esa viveza del organismo, la espontaneidad que atraviesa la prisión del carácter neurótico, en la que emergen las llaves hacia la conciencia. La vía dionisíaca sale así al encuentro de las emociones.
Friedrich Nietzsche, que estudió el conflicto entre lo apolíneo y lo dionisíaco en la tragedia griega, define lo dionisíaco como lo representativo de la vitalidad, lo impulsivo, la embriaguez, lo desbordante y excesivo. Traducido al encuentro con las emociones, lo dionisíaco sería espacios terapéuticos de recogimiento y contención, donde el permiso al impulso emocional no nos conlleve problemas con la familia, amistades y trabajo, sino que sea un espacio para dejarse estar «embriagadx» de la emoción (la que esté en ese momento en tu interior). Experiencias así son uno de los mejores regalos que nos podemos hacer para la salud. La terapia (individual o en grupo) es un lugar que recoge estas condiciones.
Claro que el acto dionisíaco asusta en una sociedad donde prima el control, la contención y la desconfianza a la autorregulación organísmica del ser humano. Nos creemos más «hijxs de puta» que «hijxs de dios», pese a que ambos aspectos están en nuestro interior: luz y sombra. Por eso, ante la fantasía de que vayamos a destruir todo lo que tengamos por delante si nos permitimos enfadar, o bien que no consigamos salir de la parálisis si nos dejamos estar en el miedo que sentimos ante la vida…, ante estas fantasías, digo, una vía para permitir el fluir dionisíaco de las emociones es la expresión artística.
El arte como sanación expresiva
La experiencia que tuve en 2011 con Catalina Lladó durante sus talleres de teatro terapéutico (‘Teatro para interesados’), junto a trabajos previos en los SAT y la formación gestalt, me permitieron constatar cómo la entrega al impulso espontáneo, aún sin siquiera saber de dónde venía o a dónde me llevaba, es un acto que siempre reporta beneficios: descubrir aspectos míos poco conocidos, expresar emociones que, de otra manera, me habría costado mucho sacar de mí, poder estar en contacto conmigo de forma más íntegra, con un corazón más capacitado para vivir la diversidad de emociones de la vida.
La expresión artística, la que no busca un resultado concreto sino que se beneficia de la riqueza del proceso, es un excelente refugio donde poder ponernos al día con nuestras emociones: soltar aquellas atascadas, abrirnos a las desconocidas, empezar a intuir un equilibrio interno, y un descanso profundo que permite luego estar en el día a día de forma más desprendida, sin que agiten tanto las situaciones imprevistas o conflictivas. En palabras de Julia Cameron, autora de El camino del artista (y que junto a Marisé Barreiro me abrió las puertas a la escritura expresiva, creativa, terapéutica), «el arte abre las puertas de los armarios, ventila los sótanos y los desvanes. Trae la curación.»
¿Significa esto que hay que recluirse en la expresión artística (teatro, danza, pintura, música, escritura, escultura…) y no salir al mundo? Para nada. Significa que si el mundo nos abruma o nosotrxs abrumamos al mundo con nuestras emociones, hay otra manera de aprender a gestionarlas. Si para aprender a conducir acudimos a una autoescuela, y está bien visto; si para aprender idiomas nos apuntamos a academias o escuelas oficiales, ¿por qué vemos con malos ojos buscar un espacio propio, ya no hablo ni siquiera de iniciar procesos terapéuticos, sino de un tiempo a la semana en el que unx pueda estar consigo y con sus emociones, revisar cómo está, soltar lo acumulado de días atrás… ponerse «al día» en mente, emoción y cuerpo? La expresión artística ayuda para realizar un «repaso» de lo acontecido y vivido que aún necesita digestión en tu interior.
Lo dionisíaco es imperfecto y gozoso, desmesurado… Un espacio o una actividad de expresión artística, con opciones de contención en caso de necesitarlo, es idóneo para poder desplegar la experiencia emocional tanto como necesites, tenga este espacio un objetivo explícitamente terapéutico o no.
– ¿Y si me «engancho» porque me gusta mucho?
– ¡Qué bien, podrás disfrutar con algo que te nutre!
– ¿Y si no paro de llorar?
– Confía: eso es que necesitas llorar un poco más de lo que a tu mente racional le gustaría. A la mente le pueden gustar muchas cosas. Fíate de lo que tu cuerpo necesita.
Si bien lo dionisíaco se enriquece con lo apolíneo y viceversa, mi experiencia es que resulta más fácil el equilibrio en esta polaridad cuando primero se da lo dionisíaco. De hecho, en el programa SAT de Claudio Naranjo se ha invertido los cursos sobre el trabajo de figuras parentales y el de teatro-movimiento expresivo. Ahora se invita a realizar primero este último (dionisíaco), quedando el trabajo con la familia para el SAT II (apolíneo).
Pon una pizca dionisíaca en tu vida si aún no la tienes. Recuerda que estamos en el año EROS, quedan poco más de dos meses para completarlo. Un espacio de expresión artística en el que sientas que el disfrute y la libertad priman sobre la exigencia y la sumisión, es una medicina estupenda para tu mundo emocional.
Sobre la necesidad de lo apolíneo en la gestión emocional, hablaré en una futura entrada.
Este otoño inicio una propuesta grupal para el trabajo de las emociones, a través de la expresión artística, técnicas gestálticas y herramientas corporales. Para más información, haz click aquí
Fotografía principal de Jesús Solana
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