La inteligencia emocional es una competencia educativa cada vez más demandada desde distintos ámbitos. Desde luego desde el terapéutico, pero incluso diversas investigaciones han puesto de manifiesto que el cociente intelectual (la medida «tradicional» de la inteligencia) no predice una buena capacidad para adaptarse a los cambios adversos de la vida, ni un «desempeño exitoso» en la vida (que a saber lo que cada unx entiende por desempeño exitoso). En una conferencia ofrecida en 2011 en Madrid, Daniel Goleman, autor del libro Inteligencia emocional que consiguió difundir ampliamente estas investigaiones, afirmaba que «el éxito depende solo en un 10% del cociente intelectual. El resto se debe a la inteligencia emocional y a otros factores variables».
La inteligencia tradicional apunta a la capacidad de razonar, a intereses intelectuales y estéticos, a la ambición y el desempeño profesional. Entre tanto, las personas con una inteligencia emocional desarrollada son equilibradas, comprometidas, asertivas, y capaces de gestionar sus sentimientos en situaciones adversas de la vida (peligro, conflictos, elecciones).
Aunque cada vez más gobiernos admiten la relevancia de este campo en el ámbito educativo (incluso el presidente de China Xi Jinping afirmaba este año que tanto la inteligencia entendida tradicionalmente como la inteligencia emocional son relevantes), la incorporación de la inteligencia emocional a las escuelas se observa aún desde el beneficio para el desempeño del liderazgo profesional y el control personal. Es decir, es una propuesta al servicio de la versión más moderna y perfeccionada del sistema patriarcal: el sistema capitalista. En definitiva, no es una propuesta para la persona.
¿Cómo está la situación en España? A nivel institucional, solo Castilla la Mancha reconoce la inteligencia emocional como competencia educativa, desde infantil hasta secundaria (las competencias educativas en España se reparten entre el Estado central y las autonomías). Sería un hecho a celebrar, pero al plasmar Castilla La Mancha este propósito de incorporar una nueva competencia educativa, el texto final desprende un tufo coercitivo más propio de la desconfianza mental-patriarcal a la naturaleza misma, que de una visión humanista que confía en la autorregulación del ser humano (las emociones, precisamente, son respuestas que permiten regularnos, adaptarnos a cambios internos y externos). Como si la competencia emocional se limitara a decir: emociones, sí; pero siempre bajo el control de la mente.
Éste es un fragmento del texto:
Anexo I Educación Infantil, CLM
[…] Al concluir la Educación infantil, la niña y el niño son competentes para manifestar y asumir el afecto de las compañeras y compañeros que le rodean, de interesarse por sus problemas o de contribuir a su felicidad. También los son para controlar su comportamiento y tolerar la frustración de no obtener lo que quieren cuando lo quieren y el fracaso de que las cosas no salgan como se pide, especialmente cuando el esfuerzo no ha sido suficiente.
Es llamativa la redacción de la primera frase del párrafo. O está escrito confusamente, o lo que sugiere es que la inteligencia emocional consiste en asumir el afecto de las demás personas antes que de manifestar el propio (en el párrafo, el verbo «manifestar» queda en tierra de nadie). Este posible error en la redacción provoca que, al final, respecto a las propias emociones, tan solo inste a que lxs niñxs aprendan a «controlar» el comportamiento propio, tolerando la frustración y el fracaso (el fracaso ante cosas que se piden) cuando el esfuerzo no ha sido suficiente. No hay referencias a percibir sus emociones, a que aprendan a expresar sus propios problemas, o contribuir a su propia felicidad (sí que se pretende que contribuyan a mejorar la felicidad de lxs demás, pero no la propia, ¡tremendo!).
En definitiva, lo que recoge este párrafo es que la inteligencia emocional es una herramienta de control (que no de autorregulación), que permite conocer mejor a las otras personas, olvidándose de lo más relevante, la autoconciencia: la inteligencia emocional permite conocerse mejor a unx mismx. ¿Cómo pretender que conozcamos mejor a las demás personas si no empezamos por nosotrxs? ¿Cómo puede excluirse u obviarse algo así? Quizá porque quien escribió este texto no fue educadx en inteligencia emocional, ¡como la gran mayoría de nosotrxs!
Esta visión del resultado y el logro, por encima de la integridad y el bienestar de la persona, es también visible cuando se recogen resultados de investigaciones sobre la inteligencia emocional, y su aplicación escolar: un programa sobre educación emocional aplicado en 100 colegios de España demostraba que la competencia en esta materia logra mejoras en el rendimiento académico, reduce la ansiedad y disminuye las conductas de riesgo en niñxs y adolescentes. ¿Son lxs alumnxs más felices tras este programa? ¿Son más conscientes de sus necesidades, gustos y deseos? Puede que en el enfoque de esta investigación también tenga que ver la predominancia de la psicología conductista y fisiológica en detrimento de la humanista.
Mente sobre emoción
Pero tanto el texto de Castilla La Mancha como las conclusiones del estudio que acabo de citar evidencian un riesgo: que toda esta aventura de la inteligencia emocional quede en el enésimo intento de controlar a las personas, tras el rotundo fracaso de los sistemas educativos que hasta ahora habían dejado de lado el mundo afectivo (digo evidente por el incremento de las conductas de riesgo de lxs adolescentes, el aumento de la ansiedad, etc.). Sí, quizá ahora haya un intento de incorporar el ámbito emocional al aula, pero ¿con qué intención? ¿Bajo qué paradigma? ¿El de que debe prevalecer la mente patriarcal? ¿El de un poco de conciencia emocional, pero solo para controlar los impulsos agresivos? ¿El de enseñanza de sentimientos siempre y cuando no sirvan para denunciar la putrefacción del sistema educativo?
Que el sistema actual pretenda incluir la competencia emocional en las aulas es una contradicción en sí misma, salvo que quede en una competencia emocional a medias. O bien que suponga un caballo de troya contra el capitalismo y la mente patriarcal. Salir de la dictadura de la mente para incorporar a las emociones implica el «riesgo» de ir aproximando a la persona también al instinto, y es en contacto con el instinto cuando resulta mucho más evidente lo enfermizo del sistema capitalista actual, enfermizo desde la educación hasta las políticas de urbanismo de las macrociudades. Como dijo Jiddu Krishnamurti, «no es signo de buena salud el estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma.»
Así que puede que se trate del paso intermedio a una educación integral (mente, emoción, cuerpo, espíritu), como la que plantea Claudio Naranjo, en busca de un «un cambio más amplio de la consciencia de nuestra sociedad y serle así útil al mundo en un tiempo en que la civilización misma ha entrado en una fase crítica» (del libro Ayahuasca: La enredadera del río celestial). Pero no servirá de cualquier manera; no si seguimos anteponiendo la mente sobre lo demás.
Recuerdo la discusión fraternal que a finales de 2011 mantuvieron José Antonio Marina y Claudio Naranjo en Madrid respecto a la manera en que la educación puede ayudar al desarrollo de la persona. Ambos llevan investigando desde hace años sobre este asunto, poniendo en marcha iniciativas propias. Hay puntos en los que coinciden, como en la necesidad de la humanizar la educación, y otros en los que difieren, por ejemplo, respecto a la libertad y espontaneidad de lxs niñxs. A esta charla me referí en una de las primeras entradas de este blog. Ahora he dado con el vídeo de la conversación íntegra entre Marina y Naranjo, y lo incluyo más abajo.
Acabo explicitando algunas de las iniciativas que Claudio Naranjo está llevando a cabo a través de la Fundación Claudio Naranjo en la apuesta por cambiar el sistema educativo: la creación de espacios de apoyo a educadorxs sensibilizadxs con otra educación posible, un premio de 3000 euros para dotar de recursos a proyectos educativos transformadores (que se va a fallar a mediados de este mes) y diez becas para que educadorxs con dificultades económicas puedan realizar un módulo del programa SAT.
Fotografía principal de Juraj Kubica
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