¿Queda algo después de alcanzar un objetivo, de conseguir el cambio ansiado, de superar las barreras que nos impedían llegar a la meta? Sí: celebrarlo. Pese a que a priori resulte obvio, suele ser muy infrecuente, incluso pese a que una no celebración puede facilitar la pérdida de lo alcanzado.
Es difícil reconocer el momento exacto en que unx «llega a la meta». ¿En qué momento dejas de estar en el camino y pasas a haber llegado al final? Si lo referimos a procesos de crecimiento personal, llegar a la meta se reconoce más fácilmente a posteriori, cuando unx cae en la cuenta de que hace ya algún tiempo que alcanzó lo que perseguía. Pero digamos que no es tanto una meta definida, como un proceso en el que caminamos en una dirección. Y esa dirección nos sitúa más cerca del extremo de la polaridad que queremos desarrollar.
Ocurre con cierta frecuencia que la mente patriarcal, temerosa de que empecemos a atender más las propias necesidades en vez de los debeísmos, utiliza la estrategia de la incredulidad para debilitar el cambio que se comienza a gestar. «¿Sabes? Esto no te va a durar ni dos días. Tú sabes que no eres capaz de hacer esto. Sí, ahora lo has conseguido, pero es una farsa. Porque tú y yo sabemos que no te lo mereces. Y que tú, en el fondo, no eres así. Volverás a ser como antes». Y puede ser que antes no fuéramos así, pero los procesos de conciencia precisamente ayudan a cambiar.
Otras veces ridiculiza los logros y subraya las carencias, lo que no hay. «No te ha salido del todo bien. ¡Fallaste! Nunca lo harás perfecto, nunca te va a salir redondo. No lo conseguirás». Es fácil que haya titubeos, errores o ‘imperfecciones’ en los primeros intentos de cambio. ¡Estamos aprendiendo a caminar de otra manera! Y aún más, ¿quién querría ser perfectx?
El asunto es que, cuando la mente patriarcal saca su kalashnikov y empieza a acribillar con estos pensamientos poco alentadores, atendiendo más a lo que falta que a lo que sí se ha conseguido, el foco de la conciencia empieza a dar crédito a una idea que, en el fondo, no es más que una fantasía: el temor de que lo que es ahora, no sea en el futuro próximo.
Y puesto que nos cuesta tanto parar en el momento presente, fiarnos de lo que ocurre, lo que se da y nutrirnos de lo que es… al final acabamos por ceder ante el temor al futuro catastrófico, propiciando así que ese temor se haga realidad. Es lo que se conoce como la profecía autocumplida (sobre la que trata un cuento que se atribuye a Gabriel García Márquez, ‘Algo muy grave va a suceder en este pueblo’ con varias versiones circulando por internet, una de ellas, ésta).
Y más y más y más
Pero también ocurre que la mente patriarcal, en vez de dedicarse a criticar cómo se hicieron las cosas, simplemente se limite a ser inconformista, no dando opciones al disfrute y reconocimiento tras conseguir cumplir un objetivo. No le vale con lo que se da, con lo que es. Lo que ya tiene es poco. Y entonces reclama otro objetivo para ponerse en marcha antes siquiera de que hayamos podido sacar la cantimplora de la mochila para poder beber un poco de agua y recuperar fuerzas.
Así, convertimos la vida en una lista de tareas que ir tachando, y nos sumimos en una carrera contrarreloj por realizar el siguiente reto, pese a que, para cuando lo hayamos cubierto, ya habrá dos objetivos más en el largo rollo de papel de «cosas por hacer en mi vida para que mi vida parezca más interesante/sea de provecho«.
Este comportamiento responde a la idea de que la felicidad siempre nos va a abrazar en cuanto lleguemos al final de la gran avenida y giremos a la derecha. Pero en realidad cuando alcanzamos dicha esquina, nos topamos con una nueva gran avenida que recorrer. Y de nuevo, nos aseguramos de que la felicidad estará allí al final. Pero ocurre que no. Y así una y otra vez. Es la idea de que la felicidad no la consigo cultivándola en el presente, sino que la establezco exclusivamente en el futuro.
Y así es como postergamos la celebración. ¿Qué celebrar si todo queda para el futuro? Incluso en el ámbito terapéutico, la celebración no tiene muy buena fama. Suena a olgazanería, cosa de gente poco seria. Incluso en la Gestalt, que reconoce lo dionisíaco como una vía de sanación junto a lo apolíneo, la celebración ni siquiera queda recogida en todos los modelos que los discípulos de Fritz Perls construyeron para desarrollar el concepto perlsiano de ‘ciclo gestáltico’. Joseph Zinker la omite en alguna de sus publicaciones cuando se refiere al ‘ciclo de conciencia-excitación-contacto’. Según cuenta Paco Peñarrubia en ‘Terapia gestalt: La vía del vacío fértil’, en algunos escritos Zinker formula este ciclo en seis pasos, siendo los dos últimos «contacto» y «retirada», mientras que, en otros textos, el mismo autor incluye una fase intermedia: la «resolución». Michel Katzeff sí contempla el ciclo gestáltico en siete etapas, siendo la penúltima la «consumación». Tanto la «resolución» de Zinker como la «consumación» de Katzeff se refieren a la celebración.
¡Felicidades!
¿De qué sirve una celebración? ¿No se trata más bien de una distracción, una pérdida de tiempo antes de la retirada? Para nada. Si bien la retirada mira más hacia el hogar interno y la vuelta al punto de equilibrio, a un lugar neutro de descanso donde aún no hay demanda que energetice, la celebración constata la sensación agradable que provoca el «contacto», la obtención de lo deseado, necesitado, buscado. La celebración permite percatarnos de los placeres de la vida que constantemente se dan (al menos para una parte de la población): saciar la sed, respirar aire fresco, poder comer alimentos sabrosos, dormir arropadxs, hablar con personas a las que quieres… Son numerosas las ocasiones en que saciamos diversas necesidades.
La no celebración de estos «contactos» con el mundo exterior genera una experiencia de insatisfacción porque es en la celebración cuando el organismo puede tomar conciencia de la sensación agradable que produce el haber cubierto las necesidades propias. La celebración permite bajar al cuerpo la experiencia del logro, la constatación de que puedo cuidar de mí. Sin esta fase, no hay opción a la conciencia del cambio y perdemos un punto de apoyo frente a la kalashnikov de la mente patriarcal y sus pre-sentimientos catastróficos. No olvidemos que ante cambios profundos, el carácter neurótico despliega todas sus defensas.
Una muestra la ofrece la arteterapeuta Lucia Capacchione en su técnica creativa ‘Visioning’, técnica que traduzco como ‘visión creativa‘, y que permite configurar de forma no racional el cambio que queremos incorporar en la vida. Capacchione defiende acabar este proceso celebrando el resultado a través del autorreconocimiento. Ella lo nombra como ‘nutrimento’ y lo considera un elemento esencial una vez hemos hecho realidad nuestros sueños (el párrafo lo he traducido con cierta libertad):
Todos tenemos la habilidad de nutrir, pero algunas personas sólo lo enfocan hacia fuera. Cuidan de niñxs, mascotas, miembros de la familia, clientxs, jefxs… cualquiera que necesite. Ser generosx es en verdad una virtud estupenda, pero sin generosidad hacia unx mismx fácilmente nos desequilibramos. Cuando sólo nutrimos hacia fuera, no queda nada para nosotrxs. Acabamos sintiéndonos agotadxs y resentidxs hacia quienes se quedan con nuestra energía, tiempo, dinero o atención. Eventualmente, nos quedamos secxs y no tenemos nada más que dar.
Capacchione rechaza que el nutrimento hacia unx tenga que ver con el egoísmo; de hecho, anima a compartir el nutrimento con otras personas, eso sí, empezando antes por unx mismx. Es una manera de honrarse, dice. Y necesitamos honrarnos.
En definitiva, todavía sobrevuela el concepto de que la celebración despista del camino; que el crecimiento personal tiene que ver con la «vía de la rectitud» –a saber qué querrá decir eso– y austeridad, y que este camino necesita alejarse del disfrute, la satisfacción, la contemplación gozosa. Pues bien, necesitamos de la celebración porque con ella ponemos conciencia en lo gozosa que la vida también es, nos abre a la experiencia agradable que producen los actos que hemos desplegado para cubrir nuestras necesidades, propicia el autoapoyo que todxs necesitamos cuando plantamos cara a las normas e imposiciones que no respetan nuestra voz, y permite la necesaria despedida de los episodios positivos de nuestra vida; necesaria porque así nos ayuda a transitar hacia el punto neutro donde atender lo siguiente que la vida nos tenga preparado.
Así que, si es verdad que hay muchas cosas que la vida quita (para algo todo le pertenece), también es cierto que la celebración no es algo que la vida dé o quite. Es algo que cada unx puede darse a sí mismx. En tus manos está.
Foto principal de Massimiliano Calamelli
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