Sentir que «te quiero matar» no conlleva un homicidio. Pensar que «estás tan buenx que me liaría contigo ahora mismo» no implica acto carnal. Son expresiones de odio y deseo, impulsos, pensamientos que, obviamente, conviene reservarlos para unx mismx en según qué casos. Sentirlos y escucharlos internamente no nos hace estar más enfermxs. Otra cosa es si, a la par de estos pensamientos, perdemos de vista a la otra persona y al respeto a su vida, derechos y límites que desee establecer. Registrar esas emociones, sensaciones y pensamientos no tiene por qué conllevar nada más. Es lenguaje interno.
Lo llamativo es cuando ni siquiera internamente nos damos permiso a escucharnos con deseos y emociones similares. Pensamos que, por tenerlos, somos asesinxs o salidxs sexuales, y entonces acabamos creyéndonos que «a mí no me molesta nada» y que «yo no necesito roce, ni erotismo». Quizá sea un grado importante de evolución, o quizá una sordera interna total.
Si en la Gestalt la salud se entiende como el camino de la integración, dando espacio a las personalidades que habitan en nosotrxs, ese proceso tiene su correlato en el lenguaje. La comunicación verbal es uno de los campos en los que más férreo control ejerce nuestrx tiranx interior. Se nos educa desde pequeñxs a «hablar bien», que es lo mismo que decir que tenemos que aceptar unas convenciones éticas y morales, tragarnos un concepto de verdad sin poder cuestionarlo.
No hay espacio a expresar la duda con nuestro vocabulario, esa forma de nombrar las cosas que refleja nuestra propia experiencia y búsqueda, y que queda recluida a un ámbito privado que llegamos a ensordecer con el paso de los años. De esta manera, la realidad y su lenguaje se acaba construyendo sobre un sistema dogmático, el «es así porque yo lo digo», un cheque en blanco a la ignorancia, ante la ausencia de la experiencia propia.
Es así como en este camino de oscuridad en el que no podemos cuestionar, ni dudar sobre lo que se nos impone como verdadero, construimos barbaridades que nos llegamos a creer al pie de la letra. Al no haber referentes propios, cualquier cosa acaba asumiéndose como verdad. Y afortunadamente suele ser tan grotesca la conclusión que internamente hemos alcanzado que, a poco que pones conciencia y paras a escucharla, deja entrever las trampas sobre las que se sostiene: la verdad que divisa esta voz interna (amante del juicio, los prejuicios y las generalizaciones), no es más que un escenario de cartón.
Recuerdo una experiencia potente: la de escuchar a decenas y decenas de personas expresar la locura sobre la que sostenían su concepto de vida, valía, amor…, en frases breves, contundentes, lapidarias, una detrás de otra. Algunas sonaban ridículas e invitaban a la risa, si no fuera por la carga de dolor que llevaban consigo. Prisiones mentales como «me merezco menos que lxs demás» o «sólo me vas a querer si te satisfago» implican enormes cantidades de energía puestas al servicio de esta frustrante y dolorosa mentira, que en su momento nos creímos, para calmar la angustia, la enorme tensión física, el dolor de la experiencia de vida que estábamos teniendo. Nuestro carácter neurótico se construye entorno a una gran mentira.
Darte permiso a hablar descontroladamente, a expresarte sin cortapisas es una manera de permitir que la mentira neurótica empiece a asomar su patita con piel de cordero, y puedas empezar a identificarla. También ayuda a redescubrir la propia verdad.
Hay formas bastante seguras de explorar esto. El espacio terapéutico es uno de ellos. También está la escritura. Sobre el papel, puedes matar a quien quieras, acostarte con todo el barrio, por supuesto, escribir con faltas de ortografía, sin una dirección clara… Todo va a quedar para ti, y a la vez estarás poniendo conciencia a tu verdad, y dándole espacio. Tras escribir, mi experiencia habitual es que descubro que los árboles no me dejaban ver el bosque: y el odio, deseo desbocado y demás impulsos encuentran su lugar, me reconcilio con mi parte instintiva (frente a culparme por tenerla o asustarme de sus intenciones y poder). Y sigo adelante.
Los ladrillos de mi realidad
Claro que si somos criaturas que crecimos con esta escisión interna, y vivimos en una sociedad neurótica, es probable que el lenguaje también participe del pensamiento enfermizo, poniéndole puertas al campo. Aquí detallo algunas propuestas con las que trabaja la Gestalt, y que ayudan a construir una comunicación más directa e integrativa, más respetuosa con unx mismx:
– la primera persona del singular: es esencial empezar a hacernos responsables de lo que sentimos y decimos. Frente a la tendencia a las generalizaciones y las imposiciones, con la primera persona del singular nos apropiamos de que la experiencia es propia. Así, en vez de «no hay cosa peor que te den un plantón» o «la gente no hace los duelos», mejor «para mí lo peor es que me den un plantón» y «yo no hago los duelos». Más ejemplos: «necesito que me ayudes» y «me sacas de mis casillas cuando haces esto» resulta más comprometido que «deberías hacer» y «eres malx». Cuando una persona habla de su experiencia en primera persona, posibilita la escucha desde fuera porque habla de su verdad, en vez de intentar imponer la verdad. También reconoce que eso que cuenta es su vivencia, pensamiento, etc. Y esa primera persona es más respetuosa con el yo de la otra persona.
– los peros ponen peros: «soy buenx pero a veces me entran unos arrebatos» y «me apetece ir a la fiesta pero no tengo ninguna gana de ver a mi ex allí» son dos ejemplos de cómo utilizamos esta conjunción adversativa para cuestionar que haya dos emociones, sentimientos y conceptos «contradictorios» que se dan a la vez. El pero perpetúa el intento de sostener la neurosis, creernos que somos de una forma sin reconocer los aspectos opuestos que también se pueden dar. Fritz Perls reconocía que «soy mitad hijo de dios y mitad hijo de puta». ¿No suena mucho más liberador que «mitad hijo de dios, pero mitad hijo de puta»? Somos ambas cosas porque ya se están dando en nuestra vida; así que en vez de pelearnos con la experiencia, con lo que hay, mejor aceptémoslo. Perillos a la mar; bienvenido sea el «y».
– estar, mejor que ser: soy tontx, soy un payasete, soy inflexible, soy seducción, soy tiranx… Nos encanta etiquetarnos con características que resaltamos como sello identificativo de nuestra persona. Da igual que el coro de voces internas sea mucho más variado, que de cada persona emerjan otras figuras opuestas a la que nos ponemos de careta: «yo soy esto, y esto es lo que soy». Desgraciadamente de pequeños ya nos marcaron con lo que debíamos ser, y con cómo no podíamos estar. Si en el presente seguimos haciendo lo mismo, sólo son ganas de rendir homenaje a la enfermedad en la que crecimos. Más económico es «ahora estoy tontx, ahora estoy payasete, ahora estoy inflexible…». Ojo, que esto también lo hacemos con las demás personas: Eres malx, eres bondadosx, eres humilde, eres rácanx… El verbo «ser» calma la desconfianza ante los cambios y lo imprevisible de la vida, es decir, lo imprevisible de quien tengo delante y lo que pueda ocurrir entre nosotrxs. Es la tentación de sustituir el territorio por el mapa; entre terapeutas y saterxs, por ejemplo, mirando más al número del eneagrama que a la persona. Da sensación de control; merma la experiencia de vida.
Hay más opciones, e incluso con las citadas se podría hacer una propuesta inversa: la de trabajar a favor de la resistencia, exagerar lo neurótico, que es otra manera de ayudar a la persona a tomar conciencia de lo que dice y hace.
«Un lenguaje unitario que podría crear o provenir de personalidades unitarias, es una condición sine qua non para la estructura social o personal integrada», apuntaba Perls. De la misma forma, una estructura desintegrada tiene su reflejo en el lenguaje. Y poner atención en éste, es una de las vías para trabajar con los aspectos neuróticos de la persona.
Así hacemos en la terapia gestalt. Ponemos conciencia en el bozal que reprime la boca, y la persona explora si tiene sentido o no seguir con él. Tal y como sostenía el autor de la semántica general, Alfred Korzybski, «la palabra perro no muerde».
Foto de Calítoe.:. (flickr)
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